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viernes, 21 de abril de 2017

SIMULADOR DE VUELO




Este blog: "CON LAS ALAS EN MI PECHO" recibió del CAP. P.A. ENRIQUE GUERRERO OSUNA el siguiente relato, el cual agradecemos mucho



El tan solo pretender o tratar de tener algún control sobre la madre naturaleza por supuesto es una gran falacia. Sin embargo existen algunos dispositivos modernos en donde gracias a los avances tecnológicos podemos “simular” la excelsa sensación del vuelo real, con algunas limitantes. Desde que el hombre es hombre decidimos que podíamos imitar el vuelo de las aves. Leonardo Da Vinci llevo a cabo un sin número de estudios, cálculos y experimentos sobre la idea de poder volar, ninguno que se sepa lo llevo al terreno de los hechos, todo quedo sobre el papel, o sobre un pergamino. Sus dibujos están considerados como una obra de arte, algunos científicos han tratado de copiar esos diseños y echarlos “volar”, pero han fracasado, tal vez no hemos sabido interpretar correctamente lo que Leonardo nos quiso transmitir o ese hombre ilustre estaba demasiado avanzado para su tiempo. Esa asignatura la tenemos pendiente.

Al paso del tiempo, tanto en Europa como en el continente americano hubo individuos que decidieron tratar de vencer esos obstáculos, y se lanzaron al aire. Al principio solo se experimentaba con planeadores, Otto Lilienthal realizó muchos vuelos en los aparatos de su propia invención, utilizando sus piernas como tren de aterrizaje se dejaba llevar por las corrientes de aire tratando de imitar a las aves. Pero no lograba permanecer mucho tiempo planeando. Necesitaba alguna manera de “propulsión”. Tal vez inspirado por Da Vinci intentó diseñar una especie de aparato volador batiendo las alas, una especie de “ornitóptero”. Ya sabemos que eso tampoco funciono, no es fácil imitar la perfección de la naturaleza. Aquellos aparatos carecían de lo que ahora conocemos como “poder de levantamiento”. Llegaron los Bleriot y los hermanos Wright, le pusieron un motor rudimentario a sus planeadores y finalmente pudimos “despegar”. De allá para acá, el desarrollo ha sido simplemente sorprendente.

El entusiasmo por el vuelo sigue igual. Es lógico, no hay nada que se le pueda comparar. Navegar en un velero se le acerca muchísimo, pero en el mar, como en la tierra, solo tenemos una dimensión. De hecho las alas de un avión y las velas comparten el mismo principio aerodinámico,  a través de un desbalance de fuerzas producen un movimiento. Debo confesar que el sentir la presión del viento en las velas también es una sensación hermosa, se puede embriagar uno tanto como con el vuelo.

Cuando no se puede volar, se puede velear, cuando no tenemos ninguna de las dos cosas, podemos  recurrir a los “simuladores”.

Un simulador no es otra cosa que un dispositivo que nos permite realizar, sin despegarnos del suelo, la idea de llevar a cabo una actividad que de otra manera nos resultaría muy onerosa, cuando no imposible de realizar. Es decir, que desde la comodidad de un sillón podemos practicar cualquier pasatiempo que se desee sin salir de su casa. Actualmente existen simuladores para todo. Un buen día un ejecutivo de uno de esos bancos dedicados a esquilmarnos me propuso un “simulador” para un préstamo y ya saben cómo es eso, -“usted solo nos firma por tantos años”- (normalmente sale uno pagando casi el doble de lo que nos prestan), pero lo que me llamo la atención fue el término que utilizó: simulador, o sea que solo íbamos a pretender como si yo fuera a recibir ese dinero, para poder engatusarme más fácil.

A lo que voy es que simulador es sinónimo de “pretender”, “suponer”. Pues bien, en el interesante mundo de la aviación también tenemos nuestros “simuladores” cuyo objetivo practico es entrenar a los pilotos sin incurrir en los gastos que generaría la utilización de los aviones reales. Eso sí tiene mucho sentido. Los hay de todos tipos, colores y sabores. Desde los más elementales para la computadora personal hasta los más sofisticados que no le piden nada a los aviones modernos. Algunos son estáticos, es decir, no tienen movimiento, todo lo simulan en una pantalla, hasta llegar a los nuevos aparatos que son tan reales que no necesita uno volar en el avión, los movimientos los realizan por medio de brazos o actuadores hidráulicos sincronizados por una computadora que los hace desplazarse en las tres dimensiones. Al terminar su adiestramiento los pilotos pasan directamente a la línea de vuelo, sin haber volado en el avión real.

En el mundo de la aviación a los simuladores los conocemos coloquialmente como: “cajones” o “cajas” pero a muchos se nos quita la sonrisa cuando nos programan una sesión en un cajón ya que se ponen a prueba nuestros conocimientos y habilidades. Como ya quedo establecido, existen muchos tipos de simuladores y por lo general cada tipo de avión tiene el suyo. Los helicópteros también tienen su  simulador, los aviones de combate también tienen su simulador, es más hasta el transbordador espacial tiene su simulador. En una sesión de práctica a la tripulación se les da una presentación en el salón de clases, en donde se discuten las maniobras a realizar y en forma general se establece la tónica a seguir. Posteriormente ya en el simulador en si se tienen que llevar a cabo las mismas revisiones y listas de comprobación tanto para antes del vuelo como para el arranque de motores. Durante la carrera del despegue puede suceder que falle un motor o algún otro componente, una vez en el aire se pueden presentar condiciones de formación de hielo, turbulencia, etc., como yo les digo a mis alumnos: “el chamuco nunca duerme”. También se pueden presentar fallas eléctricas, hidráulicas, de presurización, de instrumentos, hasta ataques cardiacos a algún miembro de la tripulación. Luego se practican las aproximaciones con buen tiempo y con mal tiempo, con uno o con dos motores, de día de noche, en la penumbra, etc. Casi todo lo que puede fallar en un avión se trata de reproducir para que los pilotos sepan identificar y corregir una situación de emergencia, y en su caso llevar el avión a tierra con seguridad. Ese es el quid del asunto, que puedan salir caminando.

Mi primera experiencia, o más bien mi primer encuentro con los simuladores la tuve en la Escuela Militar de Aviación. En esa época (no hace mucho) se utilizaban los típicos “Link”, por el nombre del fabricante. Estos simuladores provenían de la Segunda Guerra mundial, sin embargo eso no desmeritaba en nada su eficacia para entrenar pilotos militares. No tenían ningún tipo de computadoras, todo se movía a base de motores eléctricos e hidráulicos. El “cajón” en si para darle una apariencia más aeronáutica le colocaron una especie de alas cortas y su conjunto de cola, lo cual ahora que me lo imagino le daba una similitud con los avioncitos de feria. Para nosotros la cosa era más seria. Sentarnos encerrados en uno de esos cajones nos daba algo de temor ya que el contacto con el exterior era solo a través de los audífonos en donde recibíamos instrucciones de nuestros instructores, así como de las señales de radio para navegar, era una obscuridad total. Y así fue como aprendimos  a “volar por instrumentos”. Lo bien aprendido jamás se olvida.

Actualmente puede uno acceder a uno de esos modernos simuladores ¡caminando tranquilamente! Por medio de un puente nos introducimos a la cabina la cual es idéntica, hasta en los más mínimos detalles,  al avión que vamos a volar, luego el instructor nos pregunta: “¿saben cuál es la diferencia entre el simulador y el avión real?”…¡Ninguna!, nos dice, solo el recibo de la luz.

En un simulador se pueden enseñar todo tipo de maniobras sin ningún riesgo, desde las más elementales, hasta las más complejas y practicarlas una y otra vez hasta dominarlas sin gastar un solo litro de combustible. Podemos utilizar indistintamente cualquier aeropuerto del mundo y algo muy importante: bajo cualquier condición atmosférica. De ahí proviene mi mención en el subtítulo de este artículo, ya que el instructor puede manipular a su criterio las condiciones atmosféricas reinantes, se puede hacer de día o de noche, bajo las estrellas o bajo un sol abrazador (como en Mexicali), algo así como si fuéramos un “mago del clima”, de manera que como instructores de simulador podemos pretender poder cambiar la naturaleza, sin embargo, en la vida real, se le debe tener mucho respeto. Con oprimir un botón les puedo demostrar las terribles consecuencias de enfrentarse a una tormenta.

Un instructor de simulador debe tener el criterio suficiente para utilizar correctamente las opciones a su disposición y apegarse estrictamente a los manuales y procedimientos establecidos tanto por el fabricante como por el operador,  y desarrollar su trabajo en forma ética y responsable.

Un simulador de vuelo es un arma poderosa para incrementar exponencialmente la seguridad en las operaciones aéreas, no son nada baratos, pero las ventajas de su adecuada utilización son inmensas. Antes de la invención de los simuladores todo se tenía que hacer físicamente en los aviones, eso salía muy caro, pero no había de otra. En los años 50as, 60as, 70as y aún en los 80as, no había compañía de aviación que no mandara a sus pilotos a tomar un curso de vuelo por instrumentos a un simulador, después se entrenaban en el avión que iban a volar. Todo eso ya cambio para mejorar. Ahora los pilotos ni siquiera ejecutan una sola hora de vuelo en los aviones que habrán de tripular, desde el simulador se les entrena a plenitud, cubriendo todos los aspectos que involucra una operación normal, con otra ventaja, se pueden practicar todas las emergencias que el fabricante del avión tenga consideradas y algunas más sin incurrir  en riesgos, se puede cambiar de un aeropuerto a otro con solo seleccionarlo y como ya lo mencione anteriormente, el instructor puede manipular el tiempo meteorológico, así, podemos poner un día soleado en Puerto Vallarta, niebla en Tijuana, tormentas en Guadalajara, un día especialmente caliente en Nueva York, llovizna en el Charles de Gaulle de Paris, etc., etc. Eso no tiene límite, solo los que nos marque el software.

Sin embargo, debido a la ocurrencia de algunos accidentes en aviones muy modernos, se ha detectado una gran dependencia de los pilotos hacia la automatización, lo que a su vez provoca descuidos y complacencia. Tenemos muchos ejemplos de lo anterior, pero para ilustrar mi punto simplemente les voy a mencionar dos de ellos. Un Airbus 330 de la compañía AirFrance volando entre Rio de Janeiro y Paris se topó  en medio del Atlántico con un sistema muy extenso de tormentas. Los pilotos no hicieron el menor esfuerzo por evadirlas, más bien decidieron volar directamente hacia ellas y tratar de atravesarlas. Grave error de apreciación. Conforme fueron internándose en el mal tiempo empezaron a experimentar turbulencia severa, lluvias intensas, formación severa de hielo, de tal suerte que las computadoras del avión empezaron a recibir datos falsos y erróneos que confundieron a su vez a los pilotos. Debido  a su falta de experiencia en este tipo de situaciones no supieron y no pudieron corregir su predicamento, por lo que el avión se precipitó al mar llevándose consigo todas las almas abordo. El misterio rodeo por mucho tiempo este accidente hasta que fueron recuperadas las grabadoras de voz y de vuelo y poco a poco salieron a la luz todas las fallas, mayormente humanas que provocaron la tragedia. Con el tiempo la compañía AirFrance tomo estrictas medidas de seguridad para corregir lo anterior y tratar de prevenir la ocurrencia de otro accidente igual.

San Francisco. Un avión Boeing 777 de una compañía coreana de aviación durante una aproximación con tiempo extremadamente claro, se impactó unos metros antes de la pista, derrapándose posteriormente hacia los límites del aeropuerto. Afortunadamente ninguno de los ocupantes sufrió daño alguno, solo una pobre pasajera que después de la evacuación de emergencia fue atropellada por un camión de extinción de incendios. Este accidente, totalmente prevenible se debió a un inexplicable error humano. El capitán al mando les explicó a las autoridades que jamás había realizado una aproximación visual a ningún aeropuerto. Esto a muchos les puede sonar raro y tal vez increíble, pero eso se debe a que actualmente en los simuladores de vuelo todo se hace en situación de vuelo por instrumentos, confiando plenamente en las computadoras de abordo, sin siquiera echar una ojeada al exterior del avión. Como les digo, esto suena raro, pero consideren lo siguiente: antiguamente a los pilotos se nos enseñaba a volar “por contacto visual” es decir en todo momento teníamos a la vista el terreno, la excepción era “volar por instrumentos” o “a ciegas” como les dicen algunos, ahora es exactamente al revés, a los pilotos los acostumbran a estar siempre pendientes de sus pantallas digitales y luego si les sobra tiempo, voltean afuera. Por no llevar a cabo esta vigilancia elemental un capitán de Aeroméxico se llevó un poste en el aeropuerto de la ciudad de México, por ir hablando por su celular. Esa llamada resulto carísima en daños. Claro, eso no lo aprendió en el simulador.

Si consideramos los actuales avances cibernéticos volar en un simulador o volar en la vida real no tiene ninguna diferencia, con la ventaja que en el primero con solo tocar una pantalla podemos “congelar” alguna situación potencialmente peligrosa para analizarla y que los pilotos la recapaciten, en cambio, en la vida real eso no se puede hacer.

Con la mayor tranquilidad podemos adquirir un simulador de vuelo para nuestra computadora y dedicarnos a jugar con él a nuestra discreción, pero de eso a subirse a un simulador de un avión moderno  existen algunas diferencias. De inicio le digo, para nosotros los pilotos recibir un adiestramiento en uno de ellos reviste la mayor seriedad, simplemente lo consideramos como si fuera un avión real y todo se lleva a cabo de acuerdo a esa premisa, de hecho si algún piloto reprueba alguna fase de su adiestramiento en el simulador, se le pone en tierra, y se repite su adiestramiento, en el mejor de los casos.

A principios del siglo XX, en los inicios de la aviación, hubo cinco jóvenes mexicanos que fueron enviados a una escuela de Nueva York a aprender a volar, (Enrique y Eduardo Aldasoro, Horacio Ruiz, Gustavo Salinas Camiña y Alberto Salinas Carranza), ellos mismos fueron los que posteriormente fundaron la Fuerza Aérea Mexicana. En esa época no tuvieron la ventaja de poder volar antes en un simulador porque simplemente no existían, todo lo aprendieron sobre la marcha en sus mismos enclenques aparatos, es más, en el avión nadie les demostró cómo despegar y aterrizar, (no había lugar para el instructor), su primer vuelo fue su primer “solo”. Andando el tiempo los cinco completaron sus estudios y obtuvieron sus licencias, se regresaron a México, y sirvieron durante la Revolución Mexicana. Los simuladores para los pilotos militares llegaron hasta después de la Segunda Guerra Mundial. En la Escuela Militar de Aviación durante los años 50as, y 60as, aparte de los ya mencionados entrenadores Link, se colocaba un avión North American AT-6 en la plataforma frente a los hangares, en línea de vuelo pero sujeto al suelo con anclajes, de tal manera que podíamos practicar todos los procedimientos y listas de check, incluyendo arranque, pruebas y la operación del tren de aterrizaje y los flaps, así como la utilización del radio, etc. A este avión le apodamos con toda razón: “el cautivo”. Si ustedes quieren para nosotros este era un simulador. Muy efectivo.

Actualmente tanto los pilotos que vuelan un planeador, un helicóptero, un avión de combate, un monomotor privado, un bombardero, un avión de carga, hasta el más moderno avión de pasajeros, utilizan un simulador. Los simuladores de vuelo llegaron para quedarse, son una parte esencial de los programas de adiestramiento y seguridad de todas las compañías aéreas, y lo más probable es que los vayamos a seguir utilizando por muchos años más para bien de la aviación.

Muchas gracias mi CHARRO...

CAP. P. A. ENRIQUE GUERRERO OSUNA



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