Por el Capitán Piloto Aviador Enrique A. Guerrero Osuna.
Antes de iniciar mi relato quiero hacer una o dos
aclaraciones pertinentes:
Con el término “cabina” muchos nos referimos al espacio que
ocupa el lugar donde van los pilotos, otros se refieren dónde van los pasajeros
o la carga y finalmente en cuanto a los aviones de combate “cabina” puede ser
tanto donde va sentado el piloto como la “cubierta transparente” de plexiglás.
Esta dualidad viene del concepto en inglés de:”cockpit” no existiendo en
español un equivalente, sin embargo el termino: “cabin” queda claro, así que me
voy a referir a él en forma indistinta. En los aviones comerciales cuando los
pilotos se dirigen a la “cabina” de pasajeros simplemente decimos: “Voy atrás”.
Los pilotos militares no tienen adonde ir. En los aviones ejecutivos algunas
“cabinas” son muy pequeñas y no permiten el movimiento, algunas otras tienen
espacio para desplazarse, pero todo eso cuesta. En los aviones de combate la
“cabina” sola es una y es donde va el piloto, no hay más.
Introducirse en la cabina de un avión para los que amamos el
vuelo es acercarnos al paraíso, en los primeros días de la aviación no podían
estar más cerca de la naturaleza, Otto Lillienthal utilizaba sus propias
piernas como tren de aterrizaje, los hermanos Wright ni siquiera tenían un
asiento, iban acostados sobre el ala. A alguien se le ocurrió clavar una silla
de mimbre y desde ahí operar los controles, luego se les ocurrió amarrarse y
así poco a poco se fueron agregando más cosas. Louis Bleriot ya cruzo el Canal
de la Mancha sentado entre los largueros del fuselaje, al aire libre, con su
peculiar gorro de cuero. Al aterrizar en suelo inglés los granjeros que lo
vieron han de haber pensado que era un extraterrestre cuando les pregunto:
¿aquí es Inglaterra? Bleriot realizó ese vuelo sin ningún instrumento, solo
observando a los barcos, al llegar a suelo inglés se encontró con condiciones
brumosas , (por la niebla), así que el primer campo que vio ahí se “tiró” y
aterrizó felizmente, eso lo hizo acreedor al premio de 1,000 libras esterlinas
que ofrecía el periódico Daily Mail de Londres. Eso fue en 1909. A partir de
ahí las cabinas empezaron a evolucionar a la par que los aviones. Había que
protegerse del viento, del frio y de la lluvia. Las cabinas no se “cerraron”
hasta los años 20es. Los vuelos que hicieron los pilotos pioneros Jean Mermoz y
Antoine de Saint-Exupery para cruzar el Atlántico hacia América del Sur ya
contaban con cabinas cerradas. Durante la Primera Guerra Mundial (1914-1918)
los aviadores aguantaron estoicamente los elementos y las balas en sus
enclenques aparatos. Ya para la Segunda Guerra (1939-1945) los pilotos ya
volaban en cabinas cerradas, incluso algunas contaban con protección blindada
para el piloto así como sistemas de oxígeno para desempeñarse a grandes
altitudes. Una cosa que tienen en común todas las cabinas de los aviones de
pelea, o de caza, es que son muy estrechas, los pilotos se tienen que acomodar
como puedan, los ejemplos típicos son las cabinas de los Messerschmitt 109,
Spitfire, P-51 Mustang, P-47 Thunderbolt, FW 190, etc.
Platicarlo es muy fácil, necesita uno sentarse en uno de aquellos espacios
confinados para poder apreciar cabalmente la estrechez, en algunas cabinas la
cabeza del piloto prácticamente va tocando la parte superior del plexiglás, por
eso decimos que algunas cabinas los pilotos se las ponen como calcetín y con
calzador. Eso sí, una vez sentados las cosas cambian, aquello se torna una
experiencia entre la máquina y el piloto, todo queda al alcance de las manos,
instrumentos y controles con un solo
movimiento podemos regresar a la vida aquel motor dormido, con la vibración
llega la energía que aquella maquina transmite, en el escape todo se mezcla,
gas-avión, ahora turbosina, aceite y humo, la hélice desaparece en un arco
invisible, no la vemos, pero se siente su “jalón” o su “empujón” y estamos
listos para desafiar las leyes de la gravedad. En un planeador las cosas son un
poco diferentes. No hay motor, no hay vibración, solo necesitamos
“sustentación” y alguna manera de obtenerla.
Con relativa frecuencia me han hecho la pregunta de que si
los grandes aviones planean. Todos los aviones planean, algunos lo hacen como
los ángeles, otros con la gracia de un piano, pero todos planean. El
transbordador espacial una vez que apaga sus motores no tiene otra dirección
que para abajo, pero lo hace planeando, una vez enfilado a su lugar de
aterrizaje no hay vuelta atrás, los pilotos deben calcular con extrema
exactitud en donde van a tocar, no hay correcciones con potencia, no hay ida al
aire. Las grabaciones que hemos visto de cómo se posan elegantemente en tierra
son un homenaje al arte del pilotaje, jamás vi que uno de ellos tocará con una
pierna del tren primero y luego la otra, siempre las dos al mismo tiempo, como
debe de ser. Curiosamente ellos pasan de traer una nave con motores poderosos a
volar en un planeador pesadísimo, el ángulo de ataque que deben asumir es muy
pronunciado pero aun así, llegan planeando.
Las cabinas evolucionaron desde cero con el aire en la cara,
hasta la comodidad extrema de los aviones modernos en los cuales no falta nada
ni se sufre nada, prácticamente son capsulas herméticas para transportarnos de
un lugar a otro. Al principio solo tenían un pequeño parabrisas para
protegernos del choque del viento, hasta desembocar en la comodidad de una
cabina presurizada con aire acondicionado y todo lo que quede en medio. Otra
característica que fue evolucionando, al menos las cabinas de los aviones de
combate fue la de como permitir que los pilotos la abandonen en caso de
emergencia. Los hermanos Wright ni para donde hacerse, o aterrizaban con el
avión o se salían de él. Luego llegaron los paracaídas como alternativa de
vida, gracias a ellos miles de pilotos se han salvado, empero el único problema
es abandonar la cabina, una vez fuera se abre el paracaídas y asunto arreglado.
En la II Guerra eso era el pan de cada día. Existen cientos de historias de
esos escapes, incluyendo un tripulante de un bombardero que salto sin
paracaídas y vivió para contarlo y la de un piloto ruso que saltó sobre Siberia
y al caer se fracturó ambas piernas, aun así se las ingenió para sobrevivir y
llegar a un lugar en donde le dieron auxilio, “un hombre de verdad” de hecho así
se llama el libro en donde se relata su odisea. Ahora bien, mientras los
aviones eran de hélice y de velocidad relativamente baja, los pilotos podían
deslizarse al exterior del avión y lanzarse al vacío, pero se debe tener
cuidado ya que la propia estructura del avión puede golpear al piloto. Así le
paso al famoso piloto de combate alemán Hans- Joachim Marseille apodado “Afrika
Stern” (la estrella de África). En un vuelo rutinario en su famoso avión
Messerchmit 109G (el amarillo 14) tuvo una falla en el sistema de enfriamiento
de su motor Mercedes Benz, por lo que se sobrecalentó y finalmente se incendió,
obligando a Marseille a lanzarse en paracaídas, solo que al abandonar el avión
el plano fijo horizontal del empenaje lo golpeó en el pecho con mucha fuerza e
hizo que se colapsaran sus pulmones originándole la muerte. Fue una perdida muy
dolorosa por la brillante carrera que llevaba este joven aviador a sus escasos
23 años ya había acumulado un total de 158 aviones enemigos derribados y cuando
murió ya era comandante del Escuadrón JG-27 en África del norte.
En los años 50as llegaron los aviones a reacción y con ellos
se tuvieron que modificar las cabinas y sus métodos de escape debido a las
mayores velocidades que alcanzaban. Así aparecieron los asientos eyectables.
Estos constituyen un ingenioso mecanismo el cual proyecta al piloto con todo y
su asiento fuera del avión por medio de cartuchos explosivos, una vez liberado
del asiento el paracaídas se abre ya sea automáticamente o el piloto lo puede
hacer manualmente. El constructor más famoso de estos asientos es la compañía
británica Martin-Baker quienes tienen un record bastante alto de pilotos
salvados por sus asientos. Hoy los asientos Martin Baker son equipo estándar en
la mayoría de los cazas occidentales. Actualmente son capaces de eyectar a un
piloto desde el suelo, lanzarlo y que pueda descender sin problemas, esos
sistemas se denominan “0/0”.
Las cabinas de los aviones son un mundo aparte, son por así
decirlo nuestro lugar de trabajo, nuestra oficina. Los pilotos estamos
obligados a conocerlas hasta en sus más mínimos detalles. Al principio se ven amenazadoras
con tantos instrumentos y controles pero los pilotos poco a poco nos vamos
familiarizando con ellas, con el tiempo nos sentimos cómodos y tranquilos en su
interior. Los pilotos militares por lo general rara vez abandonan las cabinas,
no así los pilotos civiles quienes de vez en cuando se paran a deambular por el
avión. Por ley una cabina no se debe dejar sola, es más, algunas compañías de
aviación le exigen a sus tripulaciones que siempre que uno de los pilotos
abandone su asiento el otro debe estar en su lugar con todos los cinturones
ajustados y con la mascarilla de oxígeno colocada y debido a recientes
acontecimientos ahora incluso deben estar dos o más miembros de la tripulación
en la cabina. Aparte de toda la parafernalia de instrumentos y controles las
cabinas modernas son un lugar confortable, los asientos por lo general son
ergonómicos para evitar la fatiga, el control de la temperatura es muy
eficiente, eso sí, la radiación solar constituye un pequeño inconveniente ya
que los rayos inciden directamente sobre la piel y eso puede provocar cáncer,
nos recomiendan protegernos pero francamente no hay muchos lugares donde
esconderse. Algunos aviones de los llamados primeras generaciones como el DC-9
los componentes de la cabina generaban mucho calor como los radios, la
iluminación y el calentamiento de los parabrisas y en lugares como Mexicali,
Hermosillo o Phoenix aquello es un mini infierno. Los aviones como el Stearman
de cabina abierta obviamente no tienen problema de ventilación, por el
contrario durante las mañanas de invierno en Guadalajara siente uno que el frio
entra hasta por debajo del asiento, en el AT-6 ya con cabina deslizable va uno
un poco más protegido además si le da a uno calor puede abrir la cabina y
recibir el aire fresco, claro con el ruido del motor. En el T-28 ni pensar en
abrir la cabina en vuelo son muchos los decibeles del motor, pero de que se
puede se puede. A propósito de la cabina del T-28 esta cuenta con un ingenioso
sistema para abrir y cerrar las dos secciones que la componen, por medio de
cables y poleas se mueve hacia adelante o hacia atrás utilizando un motor eléctrico.
Los aviones modernos sus cabinas son presurizadas y al bajar o cerrar la
cubierta se vuelven herméticas. Con el sistema de asientos eyectores las
cubiertas forman parte de ese mecanismo ya que al accionarlos las cubiertas
normalmente se liberan para permitir la eyección, solamente en caso de falla
algunos asientos como los del T-33 están diseñados para salir a través del
parabrisas. Las puertas de acceso a las cabinas es otro elemento que ha
evolucionado. De no tener cabina a los modernos aviones las puertas pasaron de
no existir a los armatostes actuales blindados y con códigos de acceso. Paradójicamente,
una de esas puertas blindadas sirvió a un piloto alemán para encerrarse a
“piedra y lodo” y dejar a su capitán afuera sin posibilidad de ingresar para
finalmente estrellar su avión.
Existen cabinas modernas en los que la columna de control
tradicional ya desapareció, como el A-320, eso hace que los pilotos cuenten con
mucho espacio al frente, ya no parece avión, parece un sillón de sala de cine.
Para mí el epitome de la saturación de instrumentos en una
cabina lo constituyen los B-747 de la primera generación y muy aparte tenemos
al Concorde, que junto con el bombardero Avro Vulcan inglés son las expresiones
máximas de la belleza en sus líneas aerodinámicas con sus alas en delta. El
Vulcan británico pertenece a esa rara estirpe de aviones militares muy grandes
como el B-47 y el B-58 Hustler de cuatro
potentes motores, una carga nuclear y un solo piloto, no hay nada que se les
aproxime.
En cuanto a instrumentación se refiere las cabinas han avanzado
un largo camino, nuestro buen amigo Otto Lillienthal para saber la velocidad de
su aparato escuchaba el viento, cuando cambiaba de tono iba muy recio y cuando
no lo escuchaba iba cayendo. De ahí se equiparon las cabinas con todo tipo de
instrumentos, casi siempre “redondos”. Llegan los tiempos digitales y el salto
es dramático. Desaparecen los instrumentos tradicionales para dar paso a las
pantallas electrónicas, de ahí el término “cabina de cristal”. Circula en el
medio el chiste de una ancianita que por equivocación se asomó a la cabina y le
dijo a la sobrecargo: “en ese baño hay dos hombres viendo televisión”. En lo personal prefiero las cabinas antiguas,
sin embargo se supone que las cabinas modernas ofrecen mayor seguridad y
reducen las cargas de trabajo de los pilotos. ¿Hasta dónde va a llegar esta
“automatización”? nadie lo sabe. La imaginación marcará los límites.
Lo primero que hizo Yuri Gagarin al ver su lugar en la cápsula fue pedir duplicado manual de todos los controles automáticos.
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