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martes, 27 de mayo de 2014

ASI ERA LA VIDA DE NUESTROS PILOTOS EN BAJA CALIFORNIA



Al propagarse la guerra de Europa a las Américas, el primer paso dado en México para cumplir con los convenios hechos por si se presentaba tan desdichado evento, fue el de enviar al primer regimiento aéreo a las costas de Baja California.

Cumpliendo con las disposiciones del alto mando, la jefatura del regimiento destacó escuadrillas en los puntos estratégicos con la misión de patrullar las porciones de costa y mar que les fueron asignadas. En verdad no se tenían noticias por la tarea desempeñada por las escuadrillas, porque los partes militares, con su laconismo telegráfico que solo habla de servicios cumplidos, de horas de vuelo y de cosas por el estilo, daban idea de las actividades desplegadas, pero no dejan ver la vida íntima de los soldados del aire en aquellas regiones apartadas, con relativas comunicaciones y donde, la monotonía del mar sólo sumada a la calma inalterable de aquellas tierras tan poco habitadas.

En los días pasados, por cuestiones del servicio, llegó a mi casa el capitán primero piloto aviador Juan José Sixto del Río, y durante su amena charla, me traslado durante una hora a las lejanas playas, dejándome ver cómo cumplen su misión los aviadores mexicanos.

Las costas de la Baja California, extensas y áridas, son las más expuestas a un ataque enemigo; por lo tanto al llegar a ellas nuestros pilotos, desde el primer instante se dispusieron a desplegar una minuciosa vigilancia.

Desde aquel momento, su vida fue la ruda existencia de un soldado de guerra. El servicio establecido por acuerdo de los mandos mexicanos y estadounidenses, absorbe su tiempo y los personales siempre listos, permanecen 24 horas del día cerca de sus máquinas, las cuales tienen constantemente la carga completa de combustible y la dotación de parque completa.

Decir cerca de sus máquinas todo el día no es una exageración, desde el momento que la única protección que tienen contra la intemperie son las alas de sus aviones.

De las escuadrillas destacamentadas, algunas disponen de casas para los aviadores, otras como la que comanda el capitán Del Río, viven al aire libre, por la falta absoluta de un techado que las proteja. Así durante las noches, colocados los aviones en línea de servicio, duermen cada uno de ellos bajo una de las alas, y bajo la otra el mecánico; en el día almuerzan, descansan y despachan los asuntos del servicio, también al amparo de las alas.

Menos mal, me dijo el capitán que las labores son bastantes a distraer el espíritu para olvidar la falta de un descanso verdadero. Se vuela, y entre vuelos se revisa el avión, se le limpia y se le carga.

Ahora, la soledad ya no es la del principio; han llegado tropas y sus campamentos prestan animación a aquellos parajes. Aunque la sensación de aislamiento se ha borrado siempre, porque las estaciones de radio mantienen constantes comunicaciones y durante los vuelos, por necesidades del servicio se aterriza en otras bases.

Por lo demás, las patrullas extienden su radio de acción a lo largo de las costas y mar adentro. Con la instrucción necesaria sobre las características de naves marinas, recorren constantemente las playas e inquieren por las aguas del pacífico la presencia de alguna nave. Cuando encuentran a alguna navegando a su vista, los pilotos van hacia ella para reconocerla y reportar su presencia. Este hecho, al parecer es sencillo, lo efectúan nuestros pilotos con patente riesgo, inevitable porque lo exiguo del material los obliga a vuelos solitarios.

Si el barco a la vista navega izando su bandera, la cosa se simplifica; basta acercarse lo suficiente para identificarlo. Si el barco no enarbola ningún pabellón, entonces el piloto, porque carece de gemelos, pica su avión, hasta volar cerca de las cubiertas y poder darse cuenta de la identidad de la nave.

En ocasiones la sola presencia del avión basta para que las tripulaciones icen bandera, pero se dan casos en que pese a la presencia del avión y de su vuelo planeado sobre el barco, este no identifica su nacionalidad, haciéndolo en ocasiones hasta que han sido intimidados por medio de disparos de ametralladora.

En todos los casos, el ,piloto al rendir , reporta la presencia del buque para saber su identidad y por sus características, si el control de navegación lo señala como conocido y su presencia en la situación reportada, como no irregular.

El servicio prestado por nuestros pilotos, como se ve es eficiente en un ciento por ciento, puesto que el mando está al tanto continuamente, de todas y cada una de las embarcaciones que navegan por nuestras aguas territoriales, pudiendo en cada caso de naves sospechas, reconocerlas debidamente y dentro de un tiempo apropiado.

Fuera de los vuelos, el personal cuando no está ocupado en el alistamiento de las máquinas, retorna a su vida de vivac, donde la ausencia del menor confort, les recuerda constantemente el estado de prebeligerancia en que se encuentra el país.

La falta de protección no es sólo para el personal, sino también para los aviones. Se les protege de la mejor manera posible, pero hay que tener en cuenta que la intemperie obra en sus estructuras afectando su resistencia y duración. Además el material está forzado a un trabajo que resulta excesivo, por lo que existe la inminencia de irregularidades en el servicio.

La voluntad no es siempre suficiente; haya que proporcionar los medios para hacer posible el éxito. Después de tener máquinas, no está por demás pensar que es mejor que obtengan protección, no solo contra el medio ambiente, sino contra el enemigo. Y que esta protección la necesita también el personal.

Un piloto, por ejemplo, da más de sí, cuando puede restaurar sus fuerzas.

Y México por ahora depende de sus pilotos.      

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