Al propagarse la guerra de
Europa a las Américas, el primer paso dado en México para cumplir con los
convenios hechos por si se presentaba tan desdichado evento, fue el de enviar
al primer regimiento aéreo a las costas de Baja California.
Cumpliendo con las
disposiciones del alto mando, la jefatura del regimiento destacó escuadrillas
en los puntos estratégicos con la misión de patrullar las porciones de costa y
mar que les fueron asignadas. En verdad no se tenían noticias por la tarea
desempeñada por las escuadrillas, porque los partes militares, con su laconismo
telegráfico que solo habla de servicios cumplidos, de horas de vuelo y de cosas
por el estilo, daban idea de las actividades desplegadas, pero no dejan ver la
vida íntima de los soldados del aire en aquellas regiones apartadas, con
relativas comunicaciones y donde, la monotonía del mar sólo sumada a la calma
inalterable de aquellas tierras tan poco habitadas.
En los días pasados, por
cuestiones del servicio, llegó a mi casa el capitán primero piloto aviador Juan
José Sixto del Río, y durante su amena charla, me traslado durante una hora a
las lejanas playas, dejándome ver cómo cumplen su misión los aviadores
mexicanos.
Las costas de la Baja
California, extensas y áridas, son las más expuestas a un ataque enemigo; por
lo tanto al llegar a ellas nuestros pilotos, desde el primer instante se
dispusieron a desplegar una minuciosa vigilancia.
Desde aquel momento, su vida
fue la ruda existencia de un soldado de guerra. El servicio establecido por
acuerdo de los mandos mexicanos y estadounidenses, absorbe su tiempo y los
personales siempre listos, permanecen 24 horas del día cerca de sus máquinas,
las cuales tienen constantemente la carga completa de combustible y la dotación
de parque completa.
Decir cerca de sus máquinas
todo el día no es una exageración, desde el momento que la única protección que
tienen contra la intemperie son las alas de sus aviones.
De las escuadrillas destacamentadas,
algunas disponen de casas para los aviadores, otras como la que comanda el
capitán Del Río, viven al aire libre, por la falta absoluta de un techado que
las proteja. Así durante las noches, colocados los aviones en línea de
servicio, duermen cada uno de ellos bajo una de las alas, y bajo la otra el
mecánico; en el día almuerzan, descansan y despachan los asuntos del servicio,
también al amparo de las alas.
Menos mal, me dijo el
capitán que las labores son bastantes a distraer el espíritu para olvidar la
falta de un descanso verdadero. Se vuela, y entre vuelos se revisa el avión, se
le limpia y se le carga.
Ahora, la soledad ya no es
la del principio; han llegado tropas y sus campamentos prestan animación a
aquellos parajes. Aunque la sensación de aislamiento se ha borrado siempre,
porque las estaciones de radio mantienen constantes comunicaciones y durante
los vuelos, por necesidades del servicio se aterriza en otras bases.
Por lo demás, las patrullas
extienden su radio de acción a lo largo de las costas y mar adentro. Con la instrucción
necesaria sobre las características de naves marinas, recorren constantemente
las playas e inquieren por las aguas del pacífico la presencia de alguna nave.
Cuando encuentran a alguna navegando a su vista, los pilotos van hacia ella
para reconocerla y reportar su presencia. Este hecho, al parecer es sencillo,
lo efectúan nuestros pilotos con patente riesgo, inevitable porque lo exiguo
del material los obliga a vuelos solitarios.
Si el barco a la vista
navega izando su bandera, la cosa se simplifica; basta acercarse lo suficiente
para identificarlo. Si el barco no enarbola ningún pabellón, entonces el
piloto, porque carece de gemelos, pica su avión, hasta volar cerca de las
cubiertas y poder darse cuenta de la identidad de la nave.
En ocasiones la sola
presencia del avión basta para que las tripulaciones icen bandera, pero se dan
casos en que pese a la presencia del avión y de su vuelo planeado sobre el
barco, este no identifica su nacionalidad, haciéndolo en ocasiones hasta que
han sido intimidados por medio de disparos de ametralladora.
En todos los casos, el
,piloto al rendir , reporta la presencia del buque para saber su identidad y
por sus características, si el control de navegación lo señala como conocido y
su presencia en la situación reportada, como no irregular.
El servicio prestado por
nuestros pilotos, como se ve es eficiente en un ciento por ciento, puesto que
el mando está al tanto continuamente, de todas y cada una de las embarcaciones
que navegan por nuestras aguas territoriales, pudiendo en cada caso de naves
sospechas, reconocerlas debidamente y dentro de un tiempo apropiado.
Fuera de los vuelos, el
personal cuando no está ocupado en el alistamiento de las máquinas, retorna a
su vida de vivac, donde la ausencia del menor confort, les recuerda
constantemente el estado de prebeligerancia en que se encuentra el país.
La falta de protección no es
sólo para el personal, sino también para los aviones. Se les protege de la
mejor manera posible, pero hay que tener en cuenta que la intemperie obra en
sus estructuras afectando su resistencia y duración. Además el material está
forzado a un trabajo que resulta excesivo, por lo que existe la inminencia de
irregularidades en el servicio.
La voluntad no es siempre
suficiente; haya que proporcionar los medios para hacer posible el éxito.
Después de tener máquinas, no está por demás pensar que es mejor que obtengan
protección, no solo contra el medio ambiente, sino contra el enemigo. Y que
esta protección la necesita también el personal.
Un piloto, por ejemplo, da
más de sí, cuando puede restaurar sus fuerzas.
Y México por ahora depende
de sus pilotos.
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