El
mejor trabajo del mundo.
“El mejor trabajo del mundo es aquel que a uno le gusta
hacer”.
Por
el Capitán Piloto Aviador Enrique A. Guerrero Osuna.
Dicho lo anterior tal vez no
quedaría mucho por hablar, pero les voy a platicar algo. Dicen los que dicen
que volar es el mejor trabajo, aunque cada quien habla según nos va en la feria.
Yo en lo personal no pudiera estar más de acuerdo. Para mí, el volar es
simplemente un placer, el hecho de que me paguen por hacer lo que más me gusta
no cambia la ecuación. Tampoco valoro lo que yo hago en virtud de la cantidad pecuniaria
que recibo a cambio. No. Una de las primeras lecciones que aprendí en la
Escuela Militar de Aviación es a disfrutar del vuelo y a conocer y respetar mi
avión. También aprendí a respetar profundamente a la naturaleza. Entonces, para
mi volar no es un trabajo. Desde el mismísimo momento en el que mi avión se
desprende de sus cadenas terrenales, es decir, que emprende el vuelo, empieza
la sinfonía, no en el sentido del sonido, sino en la delectación misma de
aquella maravilla, la tierra nos jala, pero las alas de mi avión vencen esa resistencia y juntos emprendemos una
nueva aventura. Entre pilotos tenemos un dicho: Los vuelos son como las mujeres,
cada uno es diferente. En equidad de género, ellas dirían: todos los hombres
son diferentes. Y es verdad... No hay uno exactamente igual a otro. Aunque se
afane uno en hacer cada vez lo mismo, en el mismo avión, en la misma pista, con
la misma tripulación, no es posible. Existen factores imponderables que están
más allá de nuestro control. Para bien o para mal.
En la Fuerza Aérea Mexicana
aprendí que volar es un placer (y luego aparte le pagan a uno). Empieza uno
conociendo el hermoso cielo del estado de Jalisco. Aquellas mañanas cuando de
cadete nos toca volar muy temprano después de las tormentas de verano es
simplemente ir a la gloria y regresar. El aire está limpio y fragante, aunque
suene a pieza de mariachi, ¡pero huele a tierra mojada! Ya más avanzado el día
aprendemos que con el calor viene la turbulencia, pero, ¿a quién le importa? A
un piloto militar la turbulencia nos tiene totalmente sin cuidado. Además, la
turbulencia significa que el aire se está moviendo, solo tenemos que investigar
en que dirección A los pasajeros en los aviones comerciales si les importa, por
eso los pilotos tratamos de evitarla, sin embargo, en los vuelos con carga,
dicen los que saben, que “la carga no se queja”. Ahora bien, ¿la naturaleza
hace alguna diferencia?, es decir ¿distingue entre aviones cargueros,
comerciales, privados, militares? Absolutamente, no.
La naturaleza hace su
trabajo independientemente de lo que nosotros como humanos intentemos realizar.
Y cuidadito y no la tomemos en cuenta, porque nos da unas zarandeadas “de
aquellas”, como dicen en Mexicali. Solo es cuestión de ponerse a estudiar los
patrones meteorológicos que se repiten año con año. Un ejemplo sería: que para
los pilotos es obvio que cerca de las corrientes de chorro siempre habrá
turbulencia, entonces: o las cruzamos a 90 grados o nos “trepamos” a ellas para
aprovechar los vientos de cola. Todo lo demás, es pura vanidad.
Andando el tiempo, me toco
la fortuna de poder volar en muchas partes de nuestro país, y les aseguro,
disfrute enormemente conocer lugares como el Istmo de Tehuantepec, lugar en
donde estaba basado el Escuadrón Aéreo 207 como le decíamos en la Fuerza Aérea:
“la patrulla del Istmo”. Una tierra generosa con habitantes muy especiales en
el sentido de que son muy diferentes, otras costumbres, otra comida. A mí me
dijeron que la base aérea de Ixtepec
adonde me mandaron era “un lugar de castigo”. ¿Y yo que hice para
merecer eso? Pregunté. La realidad desmintió aquellos rumores. Es un lugar muy
especial debido a su orografía, de la cual voy a platicar más adelante, y a su
gente, además para un subteniente piloto aviador recién graduado, después de
haber soportado a mis “avanzados”, el
infierno es un lugar como cualquier otro. Nada que ver con los diablos en
Ixtepec. Por curiosidad me puse a leer sobre la historia de la región y eso me
dio una perspectiva más amplia .Para empezar el Istmo de Tehuantepec es una
especie de “venturi” orográficamente hablando, ya que es aquí donde vienen a
terminar las dos cadenas montañosas de la República Mexicana, la sierra Madre
Occidental y la sierra Madre Oriental. Aquí se unen y se forma lo que conocemos
como “Nudo Mixteco”, pero terminan súbitamente y se hace una pauta, vuelven a
comenzar ya como Sierra Madre de Chiapas y siguen su camino (las montañas)
hacia Centroamérica. En ese inter se formó el istmo de Tehuantepec. Por esa
condición de estar entre dos cadenas montañosas el viento sopla con singular
alegría e intensidad, y es constante de norte a sur, la mayoría de las veces, y
en otras ocasiones de sur a norte, en son de broma en la fuerza aérea decíamos
que la basura que el viento arrastra a veces va hacia Veracruz pero al día
siguiente se regresa hacia Oaxaca. Pero
me esperaban más sorpresas. Para llegar hasta allá, la fuerza aérea nos mandó
vía autobúses Cristóbal Colón, hermoso nombre para una línea de camiones,
durante el trayecto conocimos, un compañero de generación y yo, a una muchacha
muy agradable, que nos platicó sobre su tierra, claro, como buenos y decentes
caballeros, le pedimos su número de teléfono y su dirección y al llegar nos
dijo que le habláramos. Yo no sé si soy lento, pero cuando llegamos mi
compañero ya se había puesto de acuerdo con ella, total, nos introdujo en la
sociedad “istmeña”.
En esa época el escuadrón 207 estaba equipado con los
poderosísimos North American T-28A. Nosotros, no es queja, al contrario, durante
nuestro adiestramiento de vuelo en la Escuela Militar de Aviación, tuvimos la
grandísima oportunidad de volar aviones de la Segunda Guerra Mundial, el
Stearman PT-17 y el AT-6.
Aviones de tren convencional,
es decir, de rueda de cola, el T-28 era como un súper avión. Además, íbamos a
“volar”, ese era nuestra ilusión. El T-28, para mí, resultó ser, no un súper avión, pero si un avión hermoso,
muy alto, muy noble, fácil de volar, con un ruido que para mí sigue siendo
“música clásica” cuando lo escucho. Es un avión tan noble, que cuesta mucho
trabajo meterlo en barrena, eso para nosotros los pilotos habla muy bien de un
avión.

Como es una tradición en la
Fuerza Aérea Mexicana, cada vez que un piloto va a volar un avión diferente
tenemos que estudiar “como dementes” el manual de vuelo, de hecho, nos lo
teníamos que aprender de memoria, “tablillas de check” incluidas, (esta
tradición todavía la sigo observando al pie de la letra) de manera que al
llegar a este escuadrón nos pasábamos los días en el salón de clases,
aprendiendo todo lo relativo al “nuevo”, al menos para nosotros, T-28. Este avión fue el resultado de una
requisición de la fuerza aérea norteamericana justo después de la II Guerra
Mundial Fue un avión digamos de
“transición” entre los aviones de pistón y los nuevos jets de combate. Tenía
una cabina, después del AT-6, enorme, con consolas de controles a derecha e
izquierda, con una palanca muy rara en el bastón, que después aprendimos, era
el “shimmy damper”, un dispositivo para manejar la rueda de nariz y poder
“taxear” con absoluta libertad, muy efectivo.
Los flaps de este avión
parecían puertas de granero, de lo grande, además tenían escalones para que los
pilotos pudiéramos “treparnos” a la cabina, todo un lujo. Una vez sentados,
arribamos a otro mundo. Una cantidad enorme de controles, palancas,
interruptores, etc. Poco a poco, como todo en la aviación, fue cayendo en su
lugar. Al rato soñábamos con esa cabina, sin ver, podíamos decir donde estaba
cada cosa. Términos absolutamente nuevos para nosotros como los “cowling flaps”
llegaron a ser familiares, incluso entre pilotos militares tenemos una seña
para eso. Como todo, nos llegó el día que empezamos a volar, primero en “doble
control” y luego obviamente, nos “soltaron”. En la fuerza aérea, como siempre
andamos juntos, desarrollamos lo que nosotros llamamos “espíritu de cuerpo”,
que no es otra cosa que un sentido de solidaridad muy sólido entre compañeros.
En la Escuela Militar de Aviación nuestros instructores (un afectuoso saludo
para ellos donde quiera que se encuentren) nos enseñaron a “formar”, de hecho,
constituye una nueva “soltada” es decir, varios aviones volando en la misma
dirección, y haciendo lo mismo. La formación es una de las maniobras militares
más hermosas y más interesantes, independientemente de la acrobacia, porque eso
es aparte, y que requiere mucha habilidad y pilotaje, además de una
coordinación y disciplina magistral. En una formación los elementos depositamos
toda nuestra confianza en el líder, él es el que nos da la “pauta” a seguir, si
el líder falla, la unidad falla. No podemos permitirnos ese lujo. Claro, la práctica
hace el maestro. Si hubiera una palabra que definiera a un piloto militar
sería: en aviación de combate: “reacciones” (reflejos, le llamarían algunos),
en aviación de transporte: “disciplina. Entre pilotos militares llegamos a
conocernos tanto que algunas maniobras las hacemos simplemente al observar los
controles del avión del líder, y lo seguimos ciegamente. El T-28 parece ser que
nació para formar y los pilotos lo sabemos. Por otro lado, tengo que aceptar
modestamente que los pilotos militares, una vez que aprendemos a formar, lo
podemos hacer en cualquier avión que nos pongan enfrente, incluso mezclando
rendimientos, es decir formar con aviones de características diferentes, pero
una vez que aprende uno a mantener su lugar, es muy difícil que nos muevan de
ahí. Las formaciones son muy demandantes, sus integrantes no pueden descuidarse
un instante, requieren de una vigilancia y estricta disciplina constante, para
todos los pilotos militares en el mundo, el volar en formación es una forma de
vida y lo hacemos, sin afán de presunción,
casi por intuición, pero no hay nada más satisfactorio en esta miserable
vida, que un trabajo en equipo bien realizado, los instructores de vuelo, en la
Escuela Militar de Aviación no reciben ningún tipo de compensación por enseñar
a volar a los cadetes, lo hacen sin
esperar nada a cambio, su paga es la satisfacción de haber traspasado sus
conocimientos y más que nada, el gusto por volar, nada más.
Hay enseñanzas que se quedan
para toda la vida.
Si yo le preguntara al actor
Clark Gable que cuál es el mejor trabajo
del mundo obviamente me iba a decir que el de un artista en Hollywood. Si
hubiera yo tenido la oportunidad de preguntarle al “pelón” Osuna cual era según
él, el mejor trabajo, seguramente me hubiera dicho que el tenis, o a Luciano
Pavarotti, andiamo, qui otra cosa?, y si interrogáramos a un político
mexicano…mejor ahí lo dejamos. Esos son cínicos no fregaderas.
Pasando a algo más
agradable, alguien antes que yo ya lo dijo: Si uno hace algo por lo cual no
pediríamos nada a cambio, estaríamos en el camino de la salvación. (Si mi
patrón está leyendo esto, espero que no me haga caso). No existe, según yo, nada más satisfactorio
que el descanso bien ganado después de un arduo día de trabajo. Con la
conciencia tranquila y la enorme satisfacción del deber cumplido. Esas son las
enseñanzas que me fueron inculcadas en la Fuerza Aérea Mexicana.
Cada quien puede hacer de su
trabajo “el mejor del mundo”, solo es cuestión de actitud.
CAPITÁN
P. A. ENRIQUE A. GUERRERO OSUNA