Durante la década de 1930 se
produjo un despertar de la carrera hacia el progreso de los aviones militares,
dado que ya no era posible, ni siquiera para las fuerzas aéreas de los países
menos amenazados por posibles eventos bélicos, mantener en actividad los ya
decrépitos materiales convertidos en desecho de la gran guerra, o sus directos
derivados que por economía y estancamiento habían dominado -salvo muy pocas excepciones-
la escena durante toda la década anterior.
Por lo tanto se introdujeron
cada vez con más frecuencia las innovaciones tecnológicas que, en ese período
de magros balances militares, habían aparecido en aparatos deportivos o de
competición, y también en aviones comerciales; una temporaria inversión de la
clásica regla según la cual los aviones militares preceden y anuncian el progreso
en materia aeronáutica.
Estructuras metálicas,
fuselajes monocasco, tren de aterrizaje retráctil, carenados Magni-NACA para
los motores radiales, hipersustentadores, instrumentos para la navegación y
aparatos de radio se difundieron lentamente en los aparatos militares,
especialmente en los pequeños aviones de caza. Con respecto a estos últimos, en
los años comprendidos entre 1930 y 1940 fue más bien raro ver simultáneamente
más de uno o dos con esas nuevas características. A los motivos ya mencionados
debemos agregar una confusa visión de las necesidades -y también de las
posibilidades- en esa materia, debido principalmente a la ausencia de sucesos
bélicos importantes que permitiesen evaluar en la práctica las buenas o malas
cualidades de nuevos aparatos militares.
Un ejemplo típico de esta
situación fue proporcionado por el más moderno caza adoptado en la década de
1930 por el ejército estadounidense, y que fue un característico caso de
coexistencia de concepciones innovadoras y de soluciones no sólo superadas,
sino incluso en decadencia con respecto a la práctica corriente. En efecto, el
P-26 era en verdad el primer caza americano producido en serie, de construcción
totalmente metálica y con superficie alar mono plana, pero el tren de
aterrizaje quedaba fijo y el ala no era en voladizo; y esto a pesar de que la
casa constructora, la Boeing, había fabricado alas metálicas en voladizo con
tren de aterrizaje retráctil para el transporte comercial modelo 200 "Mono
mail" y el bombardero bimotor B.9.
El fuselaje era
semimonocasco y su revestimiento, que contribuía a la robustez estructural,
estaba unido a un sistema de largueros, larguerillos y cuadernas de aleación
liviana. Adelante llevaba la bancada abullonada al mamparo para llamas.
El ala "baja" era de perfil fino, y tenia un alargamiento más bien
bajo; su forma en planta era rectangular hasta un poco más allá de la mitad de
la envergadura de cada semiala, después de lo cual se hacía elíptica. La
estructura de aleación liviana estaba compuesta por dos largueros, a los cuales
estaba adherido el revestimiento metálico. Salvo en los primeros ejemplares, el
ala estaba dotada de aletas hipersustentadoras.
Totalmente en voladizo eran,
sin embargo, los planos de cola, también ellos de estructura metálica y con
estabilizador de ángulo de incidencia regulable en vuelo. El tren de aterrizaje
consistía en dos elementos compuestos cada uno por una V metálica, en cuyo
vértice estaban aplicados los tirantes de acero, perfilados, inferiores de
contraviento del ala y la bisagra de articulación del eje al cual estaban
unidas las ruedas. Adelante, cada uno de estos brazos estaba unido a la
horquilla del parante, provisto de amortiguador oleo neumático y unida al
larguero anterior de la respectiva semiala. Cada elemento de este sistema
estaba encerrado en un voluminoso carenado aerodinámico (carenados de este
tipo, cuando era visible como en el P-26, se los llamaba
"pantalones"). Para asegurar la rigidez del conjunto, cuando las alas
estaban desmontadas, los dos elementos del tren de aterrizaje se unían por
medio de un travesaño. Era posible agregar patines para nieve a las ruedas. El
elemento posterior del tren de aterrizaje consistía en una pequeña rueda,
libremente orientable y también amortiguada.
El motor fue siempre un
Pratt & Whitney SR-1340 "Wasp" de nueve cilindros en
estrella, encerrado dentro de un aro Townend, que accionaba una hélice, metálica,
Hamilton Standard, de paso variable.
El armamento comprendía dos
ametralladoras fijas, instaladas en la trompa, sincronizadas para disparar a
través del plano de la hélice; ambas era de 0,30 pulgadas de calibre (7,7 mm),
pero a veces se instalaba una de 0,5 pulgadas (12,7 mm). Además, era posible
instalar debajo de la semialas dos bombas de 45 kilos o cinco de 10 kilos, una
de ellas debajo del fuselaje. A partir de la producción en serie se agregó la
instalación de radio y el sistema para asegurar la flotación en caso de
acuatizaje forzoso (dos pares de globos inflables). El piloto ocupaba una
cabina descubierta, provista del instrumental estándar de la época y de un
cabezal, que muy pronto fue realzado para incorporar una estructura destinada a
proteger al piloto en caso de capotaje, dando ya la inconfundible forma del
avión, un ulterior elemento característico.
En setiembre de 1931, la
oficina técnica de la Boeing, después de varias reuniones con los organismos
técnicos de la Air Corps del ejército, comenzó el proyecto del nuevo caza, que
recibió la sigla de mod. 248. Una vez definido el proyecto, al avión se le
asignó una sigla semioficialXP-936, haciéndola objeto del contrato firmado el 5
de diciembre del mismo año, según el cual la firma construiría tres células
(dos para las pruebas de vuelo y una para las estáticas) haciéndose cargo de
los gastos, pero conservando su propiedad, mientras que el ejército
suministraría los motores, los instrumentos y el resto del equipamiento. Como
se ve, las autoridades militares estaban por cierto interesadas en evaluar las
posibilidades de un aparato relativamente revolucionario, como lo parecía
entonces un monoplano de ala baja (dado que era tradicional en materia de tren
de aterrizaje fijo y cabina abierta), pero tal interés no llegaba -sobre todo
por razones de escasez de fondos- ni siquiera al pedido propiamente dicho de
los prototipos.
La producción de sólo 136
ejemplares no significaba, dada la época de privaciones, que el
"Peashooter" (dispararbejas; expresión bromista para indicar la
cerbatana, como fue inmediatamente bautizado el monoplano Boeing) fuese un
avión de segunda línea. Es más, un pedido tan importante era una excepción para
la América de entonces, y solamente era inferior al efectuado en 1921 para el
Boeing MB-3A (200 ejemplares). Uno de los éxitos del P-26 se debió en gran
parte a su bajo costo; cada célula del P-26A costaba, en efecto, 9.999 dólares
(que ascendían a 14.009 para las versiones B y C) contra los 10.197 dólares del
biplano P-12E.
Solo poco tiempo antes de la
entrada de los Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial, el
"Peashooter" es retirado del servicio activo, sustituido como caza estándar
por los más modernos P-35 de la Seversky y los P-36 de la Curtiss; y, en
consecuencia, pasó para la instrucción en tierra de los mecánicos. De aquellos
aparatos que se encontraban en ultramar, muchos fueron cedidos a Panamá y a las
Filipinas, mientras que dos fueron enviados a Guatemala, que en 1943-1944
adquirió también muchos aviones panameños.
A los P-26 pertenecientes a
las fuerzas aéreas no americanas, les correspondió operar en acciones bélicas.
Durante el mes de enero de 1936 el gobierno chino había recibido, en efecto, el
total de los once aparatos modelo 281 encargados (pagados en parte con el
producto de una suscripción entre los americanos de origen chino) y equipó una
unidad que, con base en Chiuying cerca de Nankin, fue muy activa al disputar a
los japoneses el dominio del cielo en China, obteniendo diversos éxitos, antes
de que la falta de repuestos paralizase su actividad. El cuerpo aéreo del
ejercito filipino equipó con los P-26A su 6º Escuadrón de caza; esta unidad
participó en la defensa de Filipinas en el período inicial de la operaciones de
la Segunda Guerra Mundial en el Pacífico, logrando derribar por lo menos un
bombardero nipón.
Los P-26 del 6º Escuadrón de
la aviación filipina constituían aproximadamente una parte de la docena de
aviones de este tipo cedidos a esa fuerza aérea. Ésta, a su vez, había sido
incorporada a las fuerzas aéreas estadounidenses en julio de 1941.
En el momento del ataque japonés a Pearl Harbor también la USAAF tenía aún en
servicio catorce P-26 en las bases de las islas Hawai.
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