“¡Viva Carranza!”, “¡Viva
Carranza!”, gritó la multitud cuando el aludido abordó el avión y se dispuso a
pilotearlo. Emilio Carranza, sobrino nieto de quien fuera presidente de la
República, fue la figura estelar en la capital mexicana aquel 11 de junio de
1928. En todos los hogares se conocía que su empresa no sería nada sencilla:
volar de la Ciudad de México a Washington, un reto que únicamente había logrado
el piloto mundialmente famoso Charles Lindbergh.
Nacido el 9 de diciembre de 1905 en
Ramos Arizpe, Coahuila, estaba capacitado para el reto. Desde pequeño fue un
visitante frecuente de los Talleres Nacionales de Construcciones Aeronáuticas y
de la Escuela Militar de Aviación que Venustiano Carranza ordenó construir y
que además era dirigida por otro de sus tíos, Alberto Salinas Carranza. Así que
prácticamente nació rodeado de los modernos aparatos. Para 1926 era ya piloto
aviador de la Fuerza Aérea Mexicana.
Gracias a sus habilidades, valor y
precisión durante la campaña del Yaqui, Emilio Carranza fue promovido a capitán
con apenas veintiún años. Pero la gloria vino el 2 de septiembre de 1927,
cuando se convirtió en héroe nacional: a bordo de la nave Coahuila, despegó muy
temprano de la Ciudad de México y por la noche aterrizó en Ciudad Juárez, ante
el asombro de quienes atestiguaban el vuelo más largo registrado en México. Más
adelante hizo un vuelo desde San Diego, California.
Por ello, cuando el gobierno de
Plutarco Elías Calles consideró hacer un vuelo de buena voluntad, como una
forma de relajar las tensas relaciones entre México y Estados Unidos, nadie
dudó en el capitán Carranza para tal hazaña. Aunque no pudo lograr el cometido,
pues una tormenta le obligó a realizar una parada de precaución en Washington.
Al arribar la mañana de 12 de junio de 1928, fue recibido con todos los honores
por las autoridades estadunidenses, logrando en buena medida el objetivo
político.
De su regreso a México hay varias
versiones, entre las que destaca que fue forzado a apurarlo por un comunicado
del general Joaquín Amaro, secretario de Guerra. Lo cierto es que el siguiente
12 de julio el capitán Carranza quiso regresar a nuestro país, ignorando las
advertencias de mal tiempo. Las consecuencias fueron funestas: Emilio se estrelló
sobre el bosque Pine Barrens, en Nueva Jersey, perdiendo la vida.
Sus restos fueron traídos a México con
el protocolo de héroe nacional y hoy descansan en la Rotonda de las Personas
Ilustres.
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