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jueves, 12 de enero de 2017

EL LARGO CAMINO HASTA LA PAZ



El blog “CON LAS ALAS EN MI PECHO”

Se complace en retransmitir el artículo enviado por nuestro compañero P. A. ENRIQUE GUERRERO OSUNA

No se trata solo de distancia, ya que desde cualquier punto geográfico de nuestro sufrido país, las distancias a recorrer para poder llegar a La Paz son por lo general muy largas con el añadido del Mar de Cortez que se interpone entre la península y el macizo continental. Fernando Jordán el siempre bien recordado periodista y escritor de los años 50as, autor entre otros libros del relato de viajes: “El otro México”, se tomó en serio su recorrido por la península y a bordo de un jeep se lanzó a la aventura tardando varios meses para  completarla de norte a sur, saliendo de Mexicali, hasta llegar a Cabo San Lucas, con todo lo que esta intermedio. Son aproximadamente mil millas terrestres, porque habrán de saber que también existen las “millas náuticas” que son un poquito más “largas” (1,852 metros, contra 1,609 metros para ser exactos), en fin, son muchas millas, por eso el camino hacia La Paz siempre ha sido, y seguirá siendo, muy largo. A menos claro que uno viaje en avión. Por mar en los ferries son más o menos unas 14 o 16 horas para cruzar el Golfo de California, dependiendo por donde se cruce. Si usted dispone del tiempo necesario, eso no es problema, siempre y cuando no haya “marejada” o como dicen los marinos: que haya “mal tiempo”. Se sube uno por la tarde al barco en Pichilingue, le decimos adiós a la península y vemos como poco a poco va desapareciendo nuestra querida “patria chica” (por adopción), para olvidar ese trago amargo nos dirigimos al bar del barco y bajo el cielo limpio y estrellado nos tomamos unas cuantas cervezas, nos vamos a dormir  a nuestros camarotes, y por la mañana amanecemos casi entrando a la rada del puerto de Mazatlán, entre otras cosas es un recorrido interesante. Los viajes  siempre ilustran. Además hacerlo por mar es para los que nos gusta la navegación muy emocionante, igual lo es el viajar por tren, pero acá en Baja California Sur, olvidémonos por el momento del ferrocarril ya que no lo conocemos, hasta ahorita.

La otra ruta, la de Fernando Jordán por tierra, es la más larga, y en los años 40as y 50as era un viaje temerario, ya que no existía lo que hoy conocemos como “carretera transpeninsular”. Aquellas brechas eran un auténtico recorrido salvaje, lo que ahora conocemos como la Baja Mil. Los turistas norteamericanos iban y venían en sus poderosos vehículos de doble tracción. Mis padres, cuando emigraron del estado de Sinaloa hacia la tierra promisoria de Baja California, lo hicieron por barco zarpando desde Mazatlán hasta Ensenada, “doblando”, por así decirlo,  Cabo San Lucas, y continuar hasta “la cenicienta del Pacífico” después de un viaje de varios días se ha de haber sentido como cruzar el Atlántico, o algo así. Para los que no estamos acostumbrados a la navegación marítima, siempre es una alegría poner “pie a tierra”, al cabo de varios días todavía seguimos experimentando el “bamboleo” de la embarcación. Con una pequeña diferencia: el clima de Ensenada, después de estar en Mazatlán, es como visitar otro continente, la temperatura baja varios grados pero la humedad persiste, este clima es uno de los principales atractivos de esta parte de la península. La otra opción en aquella época era hacerlo por tierra, pero más allá de Hermosillo no existían carretas que cruzaran la enorme barrera del Desierto de Altar. Esto se vino a subsanar pero hasta 1948 cuando se construyó el Ferrocarril Sonora-Baja California el cual estaba interconectado en Calexico con el Southern Pacific Railroad hacia el norte y con el Ferrocarril del Pacífico en Benjamín Hill, Son. Hacia el sur hasta Guadalajara. Este servicio fue interrumpido el año de 1997

En aquellos tiempos el poder desplazarse por vía aérea era un lujo reservado a unos cuantos. Poco a poco eso fue cambiando. Se fueron explotando las primeras rutas de México a Tampico, de México a Acapulco, etc. Cuando llegaron los poderosos y veloces DC-3 el viajar de La Paz a Los Mochis en una hora se convirtió en una realidad, igual otros puntos dentro del territorio nacional quedaron al alcance de la mano.

La Paz, y para efectos prácticos, todo el estado de Baja California Sur, siempre han sido considerados como una isla, de manera que las comunicaciones por mar y aire, son vitales. Este aspecto siempre ha sido menospreciado por las autoridades federales, se tardaron añales en construir la carretera al norte que por lo demás ha sido el único esfuerzo coherente, de ahí que todo siga prácticamente igual con raquíticas obras aquí y allá en forma esporádica sin seguir algún plan trazado a largo alcance, eso sería mucho pedir. Todo intento de independizar a Baja California Sur en materia de comunicaciones aéreas ha sido boicoteado por el propio gobierno federal. El caso de Aero California es paradigmático. El abandono de las rutas, a los empleados y pasajeros ni para que mencionarlos, ha sido un duro golpe para el estado, sin embargo ningún gobernador se ha preocupado para que, en el caso de Aero california la justicia laboral predomine sobre los intereses de otro tipo. Ahí están 1,500 familias abandonadas al garete por las inútiles autoridades del trabajo y cuya ley federal están obligados a defender por mandato constitucional. Sin embargo se siguen haciendo majes permitiendo una impunidad lacerante. Y nadie mueve un dedo. Absolutamente ningún legislador se ha dignado ni siquiera voltear a ver un problema que ya lleva más de 8 años sin visos de resolución

Hablando de cosas más agradables, una temporada de navidad, de esas en las que se pone uno muy nostálgico por regresar a su lugar de origen o “terruño”, después de terminar mis cursos en la Escuela Militar de Aviación, en Zapopán, Jalisco, me dirigí a la Central Camionera con la ilusa idea de conseguir un asiento en algún autobús con destino al norte (era 22 de diciembre).   --No joven, todo está vendido-, era la respuesta. Ahora bien, tengo que explicarles que en los años 60as los autobuses normalmente hacían entre 42 y 44 horas desde Guadalajara hasta Mexicali, cuando en comparación, el tren “bala” que salía de Guadalajara hacia Mexicali tardaba 36 horas, por eso lo de “bala” pero ni pensar en encontrar un lugar ahí. En la misma tónica: mis compañeros que venían a La Paz: se aventaban 8 horas en el autobús a Mazatlán, más 16 horas de ferry: 24 horas, nada mal comparado con mi viaje hasta los “algodonales”. Un invierno de aquellos, volví a sufrir el mismo calvario, esta vez a golpes y sombrerazos me logre subir a un autobús, pero sucedió que una fuerte nevada hizo que cerraran la carretera entre Hermosillo y Mexicali, tuvimos que desviarnos y entrar a territorio americano por Arizona, el chofer se perdió, olvídense todo nos pasó, total fuimos llegando a Mexicali el mismísimo 24 de diciembre en la mañana. Esa ha sido la mejor navidad que he pasado en mi vida. El problema fue el regreso. Si quería seguir estudiando, tenía que salir a tiempo. Eso implicaba otras 42 horas de regreso. En una ocasión en uno de esos viajes maratónicos iba yo de regreso a Guadalajara, en medio del desierto el chofer se paró, sacó unos vasos y nos ofreció a todos un brindis con sidra, hermoso gesto, que solo desencadenó una serie de sentimientos muy profundos que a mi casi casi me hacen regresar. Pero las opciones no eran muchas y el show debía continuar.
Andando el tiempo me mandaron como Instructor de Vuelo, lo cual en sí mismo es un gran privilegio para un piloto. Estando ahí en Guadalajara me encontré con muchos conocidos y compañeros de mi generación (la XXIX, 1966-1969). Volví a volar en el biplano de cabina abierta, el sempiterno Stearman PT-17, pero ahora desde la cabina trasera, ya que de cadete solo nos permitían volar desde la cabina delantera. Esas fueron de las horas más felices que he disfrutado en mi vida como piloto aviador, aterrizar otra vez en la pista de pasto fue una vivencia de lo más satisfactorio, poner aquel hermoso biplano en la posición de “tres puntos” para aterrizar , fue simplemente divino y luego transmitir esas destrezas, conocimientos y emociones a mis alumnos no tuvo comparación. Esa oportunidad y otras que tuve en mi vida dentro de la Fuerza Aérea Mexicana me hicieron comprender que yo había nacido para volar (aunque de vez en cuando mi Instructor no estaba de acuerdo conmigo y me hacía dudar). Me lancé con todo mi entusiasmo a continuar esa aventura.

Un día estando como Instructor de Vuelo Primario en la E.M.A. nos dieron vacaciones. Platicando con un compañero de mi generación, el Teniente FAPA Ricardo Morales Vela (el Flaco, hermano entrañable de mi generación, y QEPD) sobre en donde pasar nuestras vacaciones me dijo: “oye Charro (ese es mi apodo en la FAM) ¿por qué no vamos a La Paz? ¿Por qué no? Le reviré yo. Y no lo pensamos más. Compramos nuestros boletos para Mazatlán, nos subimos al ferry y ya saben, al otro día amanecimos en la bahía de Pichilingue, después de haber compartido parte de la noche con el segundo oficial del ferry, quien casualmente era un compañero de mi sobrino de la Escuela Náutica de Mazatlán. La noche se nos fue volando. Desembarcamos y fuimos recibidos por nuestros compañeros del Escuadrón Aéreo de Pelea 203 quienes nos recibieron fraternalmente en sus aposentos. El camino recorrido para llegar hasta La Paz había sido largo, pero una vez aquí, ese tiempo invertido en viajar desapareció por completo. Al saborear las almejas rellenas, los tacos de pescado, unas cuantas cervezas y disfrutar la fresca brisa del Coromuel en la cara se pierde toda la voluntad de hacer otra cosa. Este lugar tiene un “qué se yo” que nos hace soltar el ancla para permanecer aquí. Nos convertimos en esclavos del puerto de ilusión. Desgraciadamente teníamos que regresarnos a reasumir nuestras labores como Instructores de Vuelo. No es fácil, después de conocer La Paz, abandonarla, no es fácil llegar, no es fácil salir.  Los que por aquí nacieron, y los que motu propio decidimos quedarnos aquí tenemos que sacrificar algo a cambio, ese pago es la lejanía y todo lo que eso conlleva, pero es un precio que estamos dispuestos a arrostrar ya que debemos convencernos de que todo lo que vale la pena, cuesta mucho trabajo y esfuerzo.

Desde La Paz, B.C.S. un saludo de amistad.
CAP. P. A. ENRIQUE GUERRERO OSUNA


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