Hola, buenos días, Feliz día de Reyes, este día termino con mi Maratón LUPE-REYES así es que de hoy en adelante a portarme serió.
Mi compañero Enrique Guerrero Osuna me envió este pequeño escrito, el cual transcribo porque es bastante interesante:
NO ES UN ASUNTO DE DINERO
Por
el Capitán Piloto Aviador Enrique A. Guerrero Osuna.
La aviación no es un asunto
de dinero, al menos no para algunos pilotos, pero con esto me refiero a los
pilotos que verdaderamente aman el vuelo, no como una manera de ganarse la
vida, no como una manera de hacer fortuna, no por cobrar un sueldo o lograr una
prebenda, sino por el vuelo en sí.
Esa divina sensación que da
el desprenderse del contacto terrestre no la podemos valorar en términos
pecuniarios, es simplemente algo avasallador, algo que para muchos de nosotros
constituye un privilegio. Aquel que al ver un ave volar siente envidia está
definitivamente infectado del virus del vuelo. Es algo tan maravilloso que es
muy difícil ponerlo por escrito, pero a
la vez es un sentimiento tan cristalino como el amor mismo, nadie puede
describirlo cabalmente, pero todos lo experimentamos alguna vez.
Volar es como transportarse
en un sueño del que no queremos despertar, es algo tan sublime que a mí me
cuesta trabajo aceptar el hecho de que tengo que regresar a aterrizar, como me
dijo hace muchos años mi primer instructor, porqué tuve
varios: “Todo lo que sube tiene que bajar, inexorablemente”, claro él se
refería a que una vez que despegamos tenemos que regresar a aterrizar a como
diera lugar, y que deberíamos hacerlo de una manera correcta sin lastimar a
nadie y que el avión no sufra en el intento. Ese si es un trabajo difícil. Pero
se puede aprender a hacerlo.
Lo extravagante del vuelo
para nosotros los humanos proviene de que no nacimos para eso, es decir, si
dios hubiera querido que nosotros voláramos nos hubiera dado alas, sin
necesidad de contar con alguna forma de propulsarnos, sea de la forma que sea.
Hasta aquí vamos bien, pero resulta que un buen día decidimos emprender el
vuelo, nos cuenta la leyenda que Ícaro, el hijo de Dédalo quiso imitar las aves
y voló tan alto y se acercó tanto al Sol que sus alas de cera se derritieron y
cayó irremisiblemente. Se dice también que los chinos subieron a un osado
guerrero en una enorme cometa y logro remontar el vuelo sin que se mencione si
logró regresar a tierra sano y salvo. En fin, son varias las naciones que se
empeñan en agenciarse el primer vuelo del hombre. Los Estados Unidos reclaman
que ellos fueron los primeros en lograr volar en un aparato más pesado que el
aire, seguidos muy de cerca por Francia, Alemania e Inglaterra. Atrás de ellos
un poco rezagados viene Italia, Rusia y varios otros países. En todos ellos se
dieron esfuerzos más o menos plausibles de remontar el vuelo. Cronológicamente fueron
precedidos por:
Aulus Gellieus, filósofo
griego, diseñó un aparato que supuestamente remontó el vuelo en el 428 A.C.
Bartolomeu de Gusmao,
brasileño, hizo volar un aparato en 1709.
Mikhail Lomonosov, ruso,
igual elevó un aparato en 1754.
George Cayles en Inglaterra
1804.
Alphonse Penaud en Francia
en 1871.
Los hermanos Montgolfier, en
Francia.
La lista es muy larga como
para incluirla en este trabajo, solo quisiera agregar que de todos ellos
sobresalen a mi juicio los siguientes:
Clement Ader, francés, en su “Avión” en 1890 (según yo, esta es la
primera referencia a la palabra “avión” literalmente hablando).
Otto Lillienthal, alemán
quien en 1891 realizó muchos vuelos en algunos planeadores de su invención.
Octave Chanute,
norteamericano, también logró volar en un planeador en 1897.
Alberto Santos Dumont de
Brasil quien en 1906 realizó varios vuelos en su “Demoiselle”.
Los hermanos Breguet,
franceses quienes en 1907 hicieron varios vuelos.
Curiosamente, aquí en
nuestro querido país, la aviación comenzó a desarrollarse desde muy temprano el
siglo XX. Es de singular relevancia el hecho de que aquí en México un connotado
hombre de negocios de nombre Alberto Brannif realizó varios vuelos exitosos en
la ciudad de México en 1910. Además debemos recordar que en 1912 Francisco I.
Madero, a la sazón Presidente Constitucional de nuestro país, se animó a
subirse a bordo de uno de esos aparatos y realizó un vuelo sobre el cielo
diáfano de la capital, convirtiéndose así en el primer jefe de estado en surcar
los aires en el mundo. En 1915 se inauguraron simultáneamente la
Escuela
Militar de Aviación y los Talleres Nacionales de Construcciones Aeronáuticas y
tuvimos, por varios años un relativo auge aeronáutico. Desgraciadamente al poco
tiempo todo lo relativo a la aviación fue abandonado tristemente y nos sumimos
en un lapsus oscuro del que difícilmente hemos podido salir, si es que se puede
decir que hemos avanzado.
Anécdotas aparte, todos
ellos lo hicieron no por el dinero que estaba involucrado sino por la emoción
de volar y de alguna manera lo lograron, demostraron con su valor y
perseverancia que el hombre podía volar venciendo a las leyes de la gravedad.
Desde entonces seguimos
surcando los cielos no sin haber antes tener que pagar un alto precio por ese desafío.
Son miles los accidentes y también miles las vidas humanas que se han perdido,
sin embargo en la aviación, comparado con otros medios de transporte, es
relativamente bajo el índice de fatalidades, bien dicen que tenemos más
probabilidades de morir en un accidente en carretera que en un accidente de
aviación.
El aventurarse en un medio desconocido para el
hombre, como lo es la atmósfera terrestre no está exento de peligros, pero
independientemente de lo anterior, el vuelo es extremadamente celoso, no
permite errores, so pena de pagar las consecuencias. El volar para mí es como
participar en la ejecución de una sinfonía en donde todas las partes deben
concurrir al mismo fin y seguir la misma partitura, con la pequeña diferencia
que cuando se toca un instrumento se tienen los pies en la tierra y cuando uno
vuela se pierde ese contacto y nos transportamos en un medio extraño al ser
humano.
Desde el primer instante en
que un avión pierde contacto con la tierra, empieza la magia, todo se
transforma, pasamos de ser viles terrícolas anclados a la superficie, a ser criaturas
superiores, con la capacidad de convivir con las aves y desafiar las leyes
naturales y no sé por qué, pero cada vez que despego me viene a la mente la voz
de mi instructor quien me recuerda que soy humano y tarde que temprano tengo
que regresar a aterrizar para que no me “chifle”. A veces observo a esos
pilotos que cruzan grandes distancias en sus poderosas aeronaves y llego a
pensar que no son muy diferentes del modesto piloto de aviones fumigadores que
a ras de tierra se gana honestamente la vida sin tantas alharacas. Su amor y
respeto por el vuelo lo tiene que demostrar uno cada día, cada hora, y cada
minuto que asume uno la responsabilidad de subirse a uno de esos aparatos “más
pesados que el aire” y fundiéndonos con ellos, traspasar el cielo.
Cuando yo me decidí a ir a
estudiar aviación jamás pasó por mi mente que me iba a ganar la vida volando,
ni remotamente me iba yo a imaginar que por hacer lo que más me gusta me iban a
pagar, claro eso lo descubrí la primer quincena después de graduarme en la
Fuerza Aérea Mexicana cuando fui requerido para presentarme a la pagaduría a
recoger mis respectivos emolumentos. El
descubrir que aparte de que iba a hacer lo que más me gustaba, me iban a pagar
por ello fue pura felicidad. Hace algunos años leyendo a Richard Bach lo oí
mencionar que cuando hace uno algo por lo cual no cobraríamos nada, estamos en
el camino de la salvación. Espero sinceramente que tenga razón. Usted, estimado
lector, lectora, díganme ¿cuál es el camino que recorren o que quisieran recorrer?
¿Qué tal combinar ambas cosas a la vez y ser felices, en pocas palabras,
trabajar en lo que más le guste a uno. Suena ideal, pero no todos tenemos esa
suerte.
“La
felicidad es la libre aceptación de un deber”. André Gide.
Con placer los saludo desde la ciudad de
Tijuana, B.C.
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