Era un mal día para los
bombarderos de la Octava fuerza aérea. El la primera etapa de las misiones de
traslado Rusia-Italia, el clima había sido horrible. A través de todo el camino
desde sus bases en Inglaterra, sobre el mar del Norte y a través de corredor
sobre Alemania hacia el Mar Báltico, grandes masas de nubes envolvían a los
bombarderos.
Sin embargo, el cielo se
aclaró, justo antes de que los bombarderos alcanzaran sus blancos en Polonia.
Los ahora más livianos B-17s, giraron al Sudeste y se dirigieron a sus bases
asignadas en la Unión Soviética.
El Capitán Harry Edgeworth, conducía
una Fortaleza Volante de la Tercera División la cual se dirigía a un pequeño
aeródromo en Poltava, unas pocas millas al sur de Kharkov. Miró a su copiloto y
dijo “No es tan largo ahora, Capper”. Ocupando el asiento del copiloto se
encontraba el teniente Arthur Capper, de Pittsburg, Pennsylvania. “Lo más
rápido es lo mejor” murmuró Capper.
Edgeworth le sonrió y dijo
“pensando en esos bebés rusos vestidos con sacos de harina…
El teniente asintió con aire
ausente. El había esperado dos largos años por este día, dos años de
planificación y sacrificios que culminaron con su destinación a las
tripulaciones de los B-17s que operarían en aeródromos rusos. Aún así las
posibilidades de que sus deseos se cumplieran, estaban decididamente en contra.
Pero al menos, estando en Rusia, había alguna esperanza.
“Cambiar rumbo en 130
grados”, se oyó la voz del navegador. “Ahora estamos cruzando por el norte de
Pinsk”
El Capitán inclinó el
bombardero hacia la derecha y giró hacia el nuevo rumbo.
“Dime Capper ¿Por qué
diablos solicitaste tu traslado desde un caza P-47 a un bombardero pesado? La
mayoría de los pilotos evitarían volar de copilotos en una Fortaleza o en un
Liberator.
Capper respondió mirando por
la ventana lateral… “Sólo busco una oportunidad, Capitán”
Capper había volado P-39s
con el 81 grupo de cazas en la campaña de África ganando una mención por su
actuar en Paso Kairouan en el Valle de Ousseltia. Mas tarde, fue alcanzado por
el fuego enemigo pero se las arregló para aterrizar sobre la panza de su P-39.
Después de tres meses en un hospital, fue destinado a labores de transporte de
P-39s y A-20s a Rusia, en donde eran entregados a oficiales soviéticos de
acuerdo al programa “Préstamo y Arriendo”
Fue durante sus frecuentes
vuelos a Alaska trasladando A-20s que Capper comenzó a detestar a los rusos. Un
odio que le hizo solicitar su traslado desde un grupo de P-47s que operaba en
el Mediterráneo, hasta el asiento derecho de un B-17.
Una hora y media luego de
cruzar por Pinsk, el bombardero se acercaba a Kiev “Estamos a 30 minutos de
Poltava” informó el navegador.
“Harías mejor yendo directo”
dijo el piloto, “debemos cuidar el combustible”
Por la media hora siguiente,
el bombardero voló sobre territorio desconocido, y luego enfiló hacia su área
designada para aterrizar. Ya pronto el navegador informó: “Destino exactamente
adelante y debajo de nosotros. Justo donde se suponía que debía estar. No se ha
movido”
Capper tomó el interfono y
dijo “Buen trabajo. Te debemos unas cervezas”
El capitán solicitó el
chequeo previo al aterrizaje y Capper revisó item por item. Se
encontraban a 800 pies de altura, listos para girar hacia la pista cuando
avistaron un caza ruso que se acercaba velozmente. Todo indicaba que el choque
era inminente. “No puedo verlo” dijo el capitán justo en el momento en
que el caza pasaba velozmente apenas unos centímetros por sobre el bombardero.
Capper, en medio de fuertes
gritos, tomó los controles y empujó duro hacia abajo y la nariz de B-17
se inclinó violentamente. El caza ruso estuvo a punto de incrustarse en la gran
cola del bombardero.
“Maldito Bastardo”
mascullaba Capper mientras luchaba por estabilizar el bombardero que se
acercaba peligrosamente al suelo. La aguja del velocímetro rondaba las 200
millas por hora cuando lograron controlar nuevamente el bombardero y la altura
no superaba los 100 pies.
La violenta e inesperada
maniobra necesaria para evitar al caza ruso había arrojado a los dos cañoneros
y al radio operador contra el techo del aparato lo que les había ocasionado
profundos cortes en sus cabezas.
Por los próximos diez
minutos, el caza ruso se mantuvo maniobrando a baja altura, haciendo piruetas
sobre el campo impidiendo el aterrizaje de los bombarderos. Finalmente, cuando
el marcador de combustible del bombardero ya marcaba que estaba vacío, El
capitán Edgeworth enfiló hacia la pista. “Voy a aterrizar y embestiré a ese
maldito si se me pone por delante”. Y estuvo a punto de hacerlo. Justo cuando
comenzaba a planear sobre la pista, el caza enfiló directamente hacia el B-17.
El Capitán lo ignoró y cuando la colisión parecía inminente, el caza ruso se
elevó sobre el bombardero y Edgeworth aterrizó a salvo la Fortaleza Volante.
Dos de los otros bombarderos
no fueron tan afortunados, Impedidos de aterrizar por el salvaje aviador
soviético, sus motores se detuvieron cuando circundaban el campo y debieron
aterrizar de emergencia en claros cercanos. Seis hombres resultaron heridos y
dos bombarderos con serios daños.
Las furiosas tripulaciones
americanas estaban dispuestas a tomar venganza por sus manos sin importar las
consecuencias, pero un representante de la embajada americana en Moscú les
contuvo. “Se trata del Oficial Comandante de la Base, debemos llevar esto por
los canales diplomáticos” les imploró. “No queremos ningún problema mientras
estemos aquí si podemos evitarlo. Repararemos los aviones cumpliremos nuestra
misión y dejaremos el territorio soviético. Sólo entonces haremos presión sobre
el gobierno soviético por la acción de este piloto hoy”
Los aviadores se dirigieron
hacia sus cuarteles al lado oeste del campo. Una fría, y agujereada barraca que
había sido dañada por los alemanes y sólo parcialmente reparada. El personal
americano de tierra, que llevaba en la base varias semanas, rápidamente les
advirtió que olvidaran cualquier esperanza de una vida cómoda. Un sargento
vociferaba; “Nuestro establo en Indiana es mejor que esta barraca. Si yo fuera un
soldado ruso colgaría a ese maldito Mayor Titov”
Capper estaba sacando una
toalla y una lata de sopa de su bolsa, mientras el sargento gritaba, Ante
la mención del nombre de Titov, se estremeció… “Titov, el Mayor Titov?
El sargento contestó: “Sí,
el Mayor Titov, él es el comandante aquí.
“¿Un hombre alto, siempre
presumiendo de lo buen piloto que es?”
“El mismo. Al escucharlo
parecería que el sólo salvó a Moscú…Hey teniente, cómo es que le conoces”
Más tarde, en la cena,
Capper y Edgeworth se encontraban en una mesa hacia una esquina del
comedor, cuando un gran silencio cayó sobre la habitación. Capper levantó la
cabeza y vio la familiar figura del mayor Titov. Rubio, alto y delgado, el
joven piloto ruso examinaba la sala desde la entrada. Su uniforme pulcramente
planchado e inmaculado, contrastaba fuertemente con el de los demás soldados
rusos. Bajo las hombreras y sobre el pecho, lucía una impresionante cantidad de
medallas y condecoraciones. Entre ellas Capper logró reconocer la Orden de la
Estrella Roja, la Orden de Lenin y la medalla de Héroe de la Unión Soviética.
Cuando Titov vio a los
americanos, dijo algunas palabras a su ayudante y caminó directamente hacia
ellos. Los soldados soviéticos reanudaron su cena y en pocos segundos el salón
se llenó de ruidos nuevamente.
El Mayor se detuvo en la
primera mesa de americanos, hizo un corto discurso en ruso, el cual fue
inmediatamente traducido al inglés por un intérprete a su lado. Fue un
intrascendente discurso de bienvenida, carente de toda calidez o real
significado. Titov entonces giró, y comenzó a abandonar el salón.
“¿El Mayor se olvidó de
hablar en inglés?” La voz de Capper sobresalió nítidamente entre los
rumores del salón. Edgeworth, alarmado, dijo a Capper en voz baja y en tono de
reproche “¿Qué es lo que pasa contigo?”
El Mayor se volvió y caminó
de regreso a la mesa de los americanos. Dijo algo a su traductor, el cual
preguntó en inglés: “¿Quién se dirigió al Mayor?”
“Yo fui” respondió Capper al
momento que se ponía de pie.
Titov miró fijamente a
Capper y unos pocos segundos después le reconoció: “¡Teniente Capper!” dijo en
perfecto inglés.
El Mayor caminó hacia
Capper. Había una sonrisa burlona en su agraciado rostro… “Todavía está usted
vivo… es afortunado”
El americano sonrió y
respondió: “Sí Titov. Estoy vivo y no se imagina usted cuanto. A pesar de
los esfuerzos que ha hecho algún estúpido ruso por matarme”.
La cara del Mayor se tornó
tan roja como las hombreras de su uniforme. Su ayudante llamó a tres guardias
soviéticos que permanecían cerca de la puerta de entrada, los que corrieron
inmediatamente, pero el Mayor los detuvo y mediante una orden los devolvió a su
puesto de guardia.
“Nos veremos pronto
americano. Y recuerda que ahora no estás en Alaska. Estás en territorio
soviético y yo soy el comandante aquí”.
Sin decir una palabra más,
Titov abandonó el salón comedor.
Los problemas entre ambos
pilotos habían comenzado hace mucho tiempo atrás en Alaska. El mayor Titov era
el oficial a cargo de la unidad soviética que tenía que recibir los aviones del
programa Lend and Lease, de manos de los pilotos americanos. Beligerante y
soberbio, el oficial ruso pronto se transformó en un problema para los
oficiales de la Fuerza Aérea americana. Acostumbraba rechazar los aviones por
el más mínimo detalle que no estuviera en su lugar. Una pequeña picadura en la
pintura, parabrisas sucios, y cualquier pequeña cosa que él pudiera descubrir
era causa de rechazo. Y los oficiales americanos debían aceptar sus reclamos y
mantenerse callados a causa de las presiones del Departamento de Estado.
Pero el Mayor Titov causaba
aún más problemas. Personalmente testeaba en vuelo cada aparato destinado a la
Unión Soviética y cuando el ruso volaba, cada piloto que estuviese volando en
el área, estaba en serio riesgo.
“Esta es la manera como
derrotamos a la Luftwaffe en Moscú” anunciaba por radio y luego se lanzaba
directamente y a toda velocidad contra cualquier avión que volara en las
cercanías. Luego reía salvajemente como un loco cuando el sorprendido piloto se
apartaba velozmente de su camino. “¿Qué pasa americanos…? ¿Falta nervio?”
Capper estaba entregando un
A-20 cuando tuvo su primer encuentro con Titov y pudo evitar la embestida con
un agudo picado que sólo logró estabilizar cuando el Boston rozaba las copas de
los árboles. Entonces escuchó por la radio la voz del ruso que decía “Los
americanos son todos iguales. No tienen agallas”.
A pesar de una advertencia
del Coronel americano a cargo de la operación de traslados, Capper se enfrentó
a Titov y le advirtió: “Mayor, nunca más haga eso conmigo. Si lo vuelve a
hacer, incrustaré mi motor derecho en su cabina”
El indignado oficial
soviético replicó: “nadie trata así a un oficial soviético. Si estoy aquí es
por solicitud del gobierno americano y exijo ser tratado con el debido respeto”
El teniente explotó ¿A
solicitud de mi gobierno…? Al infierno con eso. Ustedes, malditos rojos,
están aquí porque los alemanes les están pateando en el culo y vinieron
corriendo por ayuda”.
El mayor ruso reportó el
incidente a las autoridades americanas y Capper fue suspendido de sus misiones
a Alaska. Sin embargo, tres meses después y debido a la escasez de pilotos,
recibió un nuevo encargo. Debía trasladar un A-20 desde Grand Island, Nebraska
hasta Alaska lo más pronto posible.
Con él iba el teniente
Robert Jackson de Augusta, Georgia, un amigo desde sus días de cadete. Esta
vez, el teniente Capper estaba preparado para enfrentar al oficial soviético.
El cual seguramente, todavía estaba allí, esperando algún incauto al cual
espantar y hacer huir con su audacia para luego pavonearse.
Pero esta vez Capper no
huyó. En lugar de ello, giró su A-20 directamente sobre el ruso atacante.
Cuando el mayor ruso se dio cuenta que este piloto no se asustaba ya fue
demasiado tarde. Los aviones chocaron sus alas despedazándolas e iniciaron una
loca caída en picada
Capper se las arregló para
estabilizar parcialmente el A-20, logrando aterrizar violentamente sobre su
panza al sur del aeródromo. Por desgracia, Jackson murió instantáneamente. El
mayor Titov, se lanzó en paracaídas y llegó a tierra sin un rasguño.
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