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jueves, 30 de octubre de 2014

VOLANDO EN ÁFRICA

Este escrito me lo envió mi compañero Enrique Guerrero Osuna (más conocido como el Charro) al cual le agradezco que nos comparta sus aventuras.




              Aventuras africanas

Por el Capitán Piloto Aviador Enrique A. Guerrero Osuna.

Como todos ustedes saben algún tiempo atrás tuve que aceptar un trabajo en África. Basado en Johannesburgo, África del Sur en una ocasión me comisionaron para ir a volar a la República del Congo, con base en Brazzaville, que no es lo mismo que la Republica Democrática del Congo, cuya capital es Kinshasa. Aclaración: La República del Congo fue una colonia francesa, mientras que  la RDC es ahora lo que fue el Congo Belga, colonizada por los belgas y que  posteriormente devino en Zaire. A ambos países solo los divide el enorme rio Congo. Decir enorme es quedarme corto, con mencionarles que es el único rio en la tierra que atraviesa dos veces el Ecuador, una corriendo de sur a norte y luego invirtiendo su trayectoria de norte a sur para desembocar en el Océano Atlántico con un prodigioso caudal. Los dos países son de habla francesa por lo que Global Aviation,  mi compañía, sabiendo que yo hablo un poco de francés,  no tuvo ningún inconveniente en asignarme al Congo (Ya saben, con el tiempo me entere que ninguno de los pilotos de Global quería ir al Congo, por muchas razones, así que ¡manden al mexicano!)

Yo, igual que ustedes, me imaginaba el Congo como un país selvático, lleno de lianas y peligros,  y si lo es, eso es una realidad, es más, está situado a ambos lados del Ecuador terrestre, y en su parte norte tiene una región montañosa muy conocida por albergar una considerable población de gorilas, pero eso es más que nada una curiosidad turística. Un viaje a esas selvas está reservado solo a personas que pueden sufragar grandes cantidades de dinero. Yo iba solo a trabajar. Por si tienen dudas de que fui solo a trabajar les digo, desde el primer momento que pise suelo congolés, el encargado de la estación en Brazzaville me dijo: don´t leave the premises captain, and put your uniform because you are on a standby for a flight in a couple of hours”.  (No se aleje de las instalaciones capitán, y póngase el uniforme porque está en situación de alerta para un vuelo). Cielos, pensé para mí, estos sudafricanos sí que no saben perder el tiempo, acabo de llegar de México y ya me quieren poner a trabajar. (Y efectivamente, al poco tiempo salí de vuelo). Mientras tanto,  ya de regreso en el aeropuerto vi otra vez al jefe de la estación, a quien yo conocía desde nuestras operaciones en Bagdad y Kuwait discutiendo con otras personas, me acerqué y escuche una mezcla de inglés y francés, por lo que le dije a mi jefe: “si puedo ser de ayuda yo hablo un poco de francés” lo dije en inglés y lo repetí en francés,  diciendo eso todos los del Congo se voltearon conmigo y me dijeron: Nous Somme enchante que vous parle la langue francais” (Nos da gusto que usted hable francés)  y yo les dije: Mais, parle lentament, si vous plait, (sin embargo, hablen lentamente por favor). Mi jefe, el señor Wilhelm Van Riet (comprensiblemente sudafricano) también me jalo aparte para decirme: wonderful captain!, de aquí en adelante va a ser usted mi traductor porque a los locales no les entiendo ni papa, ni ellos a mí. En buena bronca me metí. Y como se dice, “de ahí pa´l real”, casi todos los días me llamaban para ir a la oficina de Mistral Aviation a dilucidar y coordinar asuntos entre las dos compañías, menudo problema para mí, porque imagínense la responsabilidad de que hiciera una mala traducción o una  mala  interpretación. Afortunadamente todo salió bien y nunca tuvimos problemas. Eso si, jamás me separe de mi diccionario, en África primero salía sin calcetines que sin mi diccionario español-francés-español.

Tuve varias anécdotas, les voy a contar una de ellas: Una vez ya enfrascado en los vuelos todos los días, en una ocasión aterrizamos en el aeropuerto de Point Noire,  en la costa del Atlántico, al llegar a la plataforma se sube el despachador local (todo un personaje muy simpático) y de buenas a primeras yo le preguntó en francés: “Ou est le petrol” queriendo saber dónde estaba el combustible. Él me contesta sorprendido: “le petrol?,  Monsieur le commandant,  est a la mer, beacoup de petrol a la mer” (El petróleo, señor comandante, está en el mar, hay mucho petróleo en el mar) Al escuchar aquello solté la carcajada e igual hizo el despachador, porque efectivamente hay mucho petróleo por toda la costa occidental del continente negro, o sea África, no se sabe si para bien o para mal, pero yo me refería a otra cosa. Ya que nos hubimos calmado le explique que a lo que yo me refería era al combustible para el avión,  oui, le carburant pour le avión, él se volvió a reír y yo también, total, finalmente llego el combustible y volvimos a salir. Pero de ahí en adelante ese despachador nada más me veía llegar y decía: “Bienvenue Monsieur le commandant petrol” y soltaba la risa, así que de la carrilla no me escape.

Con cierta tristeza desde el primer vuelo, al observar al personal de tierra los veía que traían unas camisas que ya habían visto sus mejores tiempos, totalmente raídas, por lo que decidí regalarles la mayoría de las camisas blancas del uniforme que yo había traído desde México. No saben la felicidad que vi en sus caras en el momento en que les di mis camisas, eso sí les dije, los quiero ver con ellas bien lavadas y planchadas. Ya sabrán, cada vuelo llegaban orgullosamente hasta la cabina “rechinando de limpios” con sus camisas relucientes, ellos felices y yo también de poder ayudarlos, aunque fuera en una mínima parte (después les di mis zapatos del uniforme también). Ellos a su vez nos conseguían cervezas Ngok, claro, previo pago, pero no se crean que teníamos mucho tiempo libre, como les digo, los sudafricanos realmente me pusieron a chambear, de sol a sol.

En otra ocasión llegamos en nuestra desvencijada camioneta, eso sí, Renault, al “hotel” entre comillas, donde vivíamos en Brazzaville, y me encontré con el vigilante al cual ya me había yo conchabado para que fuera “mi secretario”, o sea que me hacía pequeños mandados por una propina. Estaba sentado muy triste tratando de escuchar su radio, de aquellos viejos de transistores, y le pregunté: “¿Qui is quil pase avec votre radio?” y me contesto: “les batteries, Monsieur”  y me dijo textualmente: “Je nai pas de   l´ argent pour acheter les batteries, pas de l´argent”  (Son las baterías, señor, no tengo dinero para comprarlas).  Y ya entrado en razones le dije que cuanto costarían las baterías, me contesto que no sabía, así que fui a dejar mis maletas, me cambie y salí rumbo al estanquillo de la esquina a comprarle las baterías, se las entregue y casi me quería besar la mano, ¿Cuánto me costaron las seis famosas baterías?, menos de 3 dólares, pero me gane la gratitud eterna de esa persona. Todos los días lo estuve viendo con su radio haciendo la seña universal en la aviación de todo ok con el pulgar hacia arriba (yo se lo enseñe y le dije: eso significa que tout ca va bien, que todo va bien).

Las tripulaciones de esos vuelos eran verdaderamente multinacionales: el capitán mexicano, el copiloto o primer oficial sudafricano, las sobrecargos, la In Charge o Mayor era sudafricana, y dos más del Congo, así que yo tenía que dirigirme con ellos solo en inglés, las instrucciones reglamentarias que marca la ICAO (OACI) (International Civil Aviation Organization) (Organización de Aviación Civil Internacional) para los tripulantes se las daba en inglés, pero las sobrecargos del Congo no me entendían, ni ellas se podían entender con la sobrecargo mayor sudafricana, total como podía les explicaba todo en francés otra vez y ya se calmaban. Eso era todos los días, con decirles que hasta el tiempo meteorológico se los tenía que traducir: le temp a Brazza (diminutivo de Brazzaville, capital del Congo) est couvert et pluvieux, la visibilité est limité a 2 kilometer, (el tiempo en Brazzaville esta nublado y lluvioso con la visibilidad restringida a 2 kilómetros) y así por el estilo. Eso sí, cuando veía que me entendían me daba un gusto enorme y me sentía orgulloso de poder hablarles en su lengua natal.

Cuando en La Paz tome mis lecciones de francés, jamás me pude imaginar que las iba a necesitar andando el tiempo, todas las lecciones que aprendí en la Alianza Francesa me fueron de gran utilidad en África, con ese conocimiento me pude desenvolver sin problemas, la pronunciación que aprendí en la Alianza Francesa de La Paz era fácilmente entendida en el Congo, de manera que le brindo un agradecimiento público a mi maestro Rubén por permitirme expresarme en una tercera lengua para mí, con la respetuosa  aclaración que todavía me falta mucho por aprender de la lengua de Dumas, prácticamente estoy en pañales, pero ahí vamos avanzando. Otra anécdota para tratar de comprender la forma de ser de los africanos, esta me la conto mi amigo Vessie un sudafricano: Una señora llega a la oficina de correo en Bloemfontein y cuando le llega su turno pone una caja en la báscula pero a lo ancho, de tal manera que a ambos lados de la báscula sobresalía su caja, pesaba 14,8 kilos, pero la empleada le dijo que la parte que sobresalía no podía ser pesada por lo que no podía aceptar esa caja, la muchacha agarro la caja y la paro, y efectivamente seguía pesando 14.8 kilos. La empleada le siguió diciendo que no podía aceptarla porque sobresalía de los lados y que esa parte no se podía pesar y no se la acepto. Eso solo pasa en África, dice mi amigo, y yo le digo: no estés tan seguro.

En otra ocasión se me venció mi vacuna contra la fiebre amarilla, así que me mandaron a aplicármela en un centro de salud de la ciudad. Al llegar, me recibieron muy amablemente y me puse en la fila. Pude observar como la mayoría de las habitaciones de aquel centro de salud carecían de piso, estamos hablando de la capital de un país y entre las enfermeras escuche claramente cuando se dirigieron a mi como el “pilote russe”  (piloto ruso) debido a que en aquel tiempo había un gran número de pilotos rusos volando en el Congo, y para ellas, yo era uno de ellos. Tremenda sorpresa se llevaron cuando les dije que era mexicano. Igual me sentía cuando salíamos a dar la vuelta por el pueblo, imagínense, dos pilotos más o menos blancos, (uno, o sea yo) requemado por el sol y el otro sudafricano con dos sobrecargos parecíamos un punto perfecto para un asalto entre aquel mar oscuro (sin tratar de ofender). Dos veces nos atacaron verbalmente en francés cuando caminábamos tranquilamente (y dos o tres pedradas de advertencia), así que bienvenidos no éramos, por lo que optamos por restringir nuestras salidas a los alrededores de nuestros aposentos, hasta que nos llegó el relevo.

Hasta el próximo relato

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