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jueves, 28 de abril de 2016

MI PRIMER AÑO EN LA ESCUELA MILITAR DE AVIACIÓN

Por el Capitán Piloto Aviador Enrique A. Guerrero Osuna.



“Lo que soñaste en tu juventud se puede llegar a convertir en realidad mediante la aplicación de las virtudes viriles, pero debes saber que sin trabajo nada lograras”. 

Ernst Moritz.

Antes de continuar con mi relato permítaseme contar una pequeña anécdota juvenil: un día junto con mi gran amigo Memo Orduño de la Jabonera en Mexicali, decidí construir un avión a escala para volarlo con cables, es decir, uno construía el avión, se le instalaba un pequeño motor de gasolina y a través del ala izquierda o de la  derecha se le instalaban unos hilos que iban a dar a una manija que uno manipulaba hacia arriba o hacia abajo para hacer que nuestro avión subiera o bajara según aplicábamos los controles. Ese avión estaba “atado” a nosotros, por así decirlo y solo podía volar en círculos, aun así, lo podíamos despegar y aterrizar. También existían los modelos que llamábamos de “vuelo libre”, los cuales literalmente están libres de hacer lo que buenamente quieran o estén diseñados para hacer sin ninguna intervención de nuestra parte, por lo que no es recomendable tratar de volarlos en zonas urbanas, como también aprendimos más adelante. Mi amigo el Memo tenía un tío que sabía algo de construcción de aviones a escala, fuimos a verlo y le platique del proyecto, nos dijo que lo que queríamos hacer era factible, de manera que me puse en acción. El modelo que escogí fue, sin saber, en el que andando el tiempo sería el avión en donde realizaría mi primer vuelo en “solo” el Boeing Stearman PT-17.



Pero eso lo voy a contar más adelante. El avión quedo terminado, pero en su construcción le introduje una modificación. Originalmente el fuselaje tenía que haberlo cubierto con papel y endoparlo, cubrirlo con una especie de laca para darle resistencia  pero yo decidí cubrirlo con madera balsa, una diferencia muy grande en peso. Eso no lo tome en cuenta, lo terminé y lo pinte de amarillo brillante, con lo cual sin saberlo le agregue más peso. Orgullosamente se lo fui a enseñar al tío del Memo y obviamente al verlo me dijo: “Enrique: está muy pesado, no va a poder volar”. Además las alas no están alineadas, modifícalo y a lo mejor vuela. No quise escuchar aquellas expertas palabras. Nos fuimos a un campo, arrancamos el motor y le dije al Memo: “suéltalo” el armatoste aquel corrió y corrió alrededor mío pero jamás dio muestras de querer volar: moraleja: “para levantar peso se necesita mucha potencia”…y un gran poder de levantamiento, es decir, un ala muy eficiente, cosas de las que carecía mi avión. Lección aprendida: en aviación se debe de balancear el peso con el poder de sustentación y con  la potencia.

Luego me dedique a negocios más serios. Logre ser aceptado en la Escuela Militar de Aviación. Ese hecho por sí solo, merece un reconocimiento, pero en los 60as ni quien se fijará. Solo soñaba con volar, independientemente de si fuera en aviones civiles o militares, en esa época yo no veía la diferencia. Solo el horizonte, del hermoso valle de Atemajac, era mi límite. Guadalajara, una ciudad hermosa pero totalmente desconocida y muy diferente a mí querido Mexicali, pero más que nada, me encontraba solo, sin conocer a nadie. Una vez resuelto el acuciante problema de: tener un techo, tener una cama y comida, lo demás, como acostumbro a decir: “es pura vanidad”.  Nos teníamos que presentar hasta el día primero de septiembre y me quedo la duda de que hacer mientras tanto, decidí quedarme en Guadalajara a esperar esa fecha en autobús de Guadalajara a Mexicali eran 42 horas hasta mi casa, 46 horas en el tren “bala”, es decir el más rápido y veloz. Además, ¿Cómo voy a pagar el boleto si apenas tengo para sobrevivir? Ya vendrán las vacaciones.  Eso resolvió el problema.

¿Cómo olvidar el primer día en la Escuela Militar de Aviación? A partir de ese momento las cosas empiezan a sucederse precipitadamente. Desde ese día no deje un solo momento de desplazarme a “paso veloz”, solo cuando nos desplazábamos con toda la compañía podíamos caminar, de ahí en fuera a “quemar suela”. De ser un simple mortal, pasa uno a ser una “bestia peluda”, perdón por el término tan fuerte, es decir, un alumno de primer año, en términos  de la EMA es un “pelón”. Una mosca, nos decían los antiguos,  es más valiosa, porque vuela “sola”, y nosotros no, al menos por ahora. En la EMA todo vuela, porque si no vuela lo corren a uno Busque por todos lados a mi “paisano” el hermano del Memo, pero él tenía cosas más importantes que hacer, mientras tanto el cadete José Antonio Díaz  Izabal (QEPD)  del Dorado, Sinaloa, cerca de Culiacán,  se fijó en mí y me dijo, “a partir de este mismo momento pasas a ser mi “secretario” y grábate bien mi nombre, lo cual en términos de la EMA quiere decir que iba yo a tener el privilegio de recibir la inducción a la difícil vida militar de parte de él, mi superior “avanzado” y futuro astronauta mexicano,  él, con su superior criterio me va a conducir por esos difíciles caminos. El pacto aquel se selló. El hermano del Memo el cadete avanzado José Manuel Orduño Torres ya que lo pude localizar,  tuvo que contentarse con intentar cambiarme por un cigarro Raleigh, oferta que declinó mi “chief”, un poco demasiado tarde. MI vida valía en ese momento menos que un cigarro Raleigh. El terrorífico primer año en la EMA había comenzado.

Viendo todo eso en retrospectiva a veces me pregunto yo mismo si volvería a pasar por lo mismo, pero la respuesta, ya la adivinan, es siempre la misma: afirmativo. Lo volvería a hacer una y otra vez, cuantas veces fuera necesario, el viaje que emprendimos por todos los conceptos valió la pena. El lograr ingresar a una institución como lo es la Escuela Militar de Aviación por si solo puede considerarse un triunfo personal, que a la luz de ese primer año claro que uno no se da cuenta de ese pequeño logro, sino hasta después, mucho después.
A veces he pensado cómo definiría yo ese primer año en una sola palabra, pero la palabra que lo define es impublicable, de manera que lo voy a dejar en: “pesado”. Muy pesado porque aparte de soportar a los avanzados los de primer año teníamos que estudiar, y convivir con el resto de la compañía en todas las actividades militares. Por ejemplo:

Se tiene uno que levantar más temprano que los demás, tenemos que arreglar nuestras propias cosa, es decir, uniforme, cama y demás y luego ir, extraoficialmente (no se lo digan a nadie), es decir, sin que se note, a arreglar la cama de nuestro “chief” y ver que todo esté bien, una vez hecho eso, tenemos que salir a formarnos con el resto de la compañía para pasar “lista”. Haciendo un breve paréntesis me gustaría contarles que una mañana, uno de nuestros avanzados envió a uno de nosotros a cortar y retirar la cuerda con la que se izaba la bandera, de manera que ese día al no poder hacerlo no hubo honores a la bandera y nos mandaron directamente al comedor. Buena ocurrencia. Después tuvo que venir una “bombera” con escalera telescópica a reparar el daño cuyos autores es fecha que no se sabe quién  o quienes fueron. Después de rendir honores a nuestro lábaro patrio, pasamos al comedor, para lo cual primero se nos pasa “revista” de aseo. El desayuno en la EMA es relativamente tranquilo, es decir, los avanzados no tienen tanta oportunidad de molestar a los “pelones”, pero si  les daban chanza, nos fregaban, ¿Cómo? De una y mil maneras diferentes. Simplemente llegaba un avanzado a nuestra mesa y nos decía: “pelones, la sopa se la van a tomar con la cuchara al revés o si prefieren con el tenedor, pero a 90 grados” ¿Alguna vez ha intentado usted comerse una sopa o algo liquido con un tenedor? Este es solo un ejemplo inofensivo, había cosas más rudas que harían de esta historia muy larga, pero ese era nuestro dilema, y teníamos que acatar lo que nos ordenaban. Luego seguían las clases, al terminar, seguía la instrucción militar, marchar y marchar sin descanso hasta terminar cubiertos de sudor, luego venía la comida, en la cual a veces coincidíamos con nuestros avanzados y ya sabrán, luego más clases, finalmente llegaba la lista de “18 horas” en la cual  con mucho respeto, se arriaba la bandera, luego nos íbamos a cenar para posteriormente y en teoría tener una hora de estudio libre, dije en teoría, porque en la vida real los avanzados nos fastidiaban a más no poder, (no lo niegues paisano) , pero como se decía: “todo era por nuestro bien” y así fue.

Un buen día uno de los Instructores de Vuelo que estaba arrestado tuvo una gran ocurrencia: nos dijo: “pelones, van a venir unas personas de la H. Sociedad  Protectora de Animales, así que se me van todos a la pista del Primario”. Al principio no le entendí el sentido de esa orden, pero los vi como se reían hasta caer al piso, en fin. A las 2100 horas se tocaba “silencio”, lo cual en términos militares significa “descanso” o como decía un compañero de nosotros: “todo mundo a sus lechos” (a las camas), de hecho el oficial de día pasaba una revista de camas y pobrecito el que no estuviera en la suya. A los pocos tiempos después casi todos los de primer año se levantaban a realizar diversas tareas pendientes, pero en sigilo, porque  una vez que en la Escuela Militar de Aviación se toca “silencio” el sueño de los demás es sagrado, así que nada de ruidos. Una noche me mandaron a recordarle a un cadete “avanzado” que debía de tomar sus pastillas, a las 0200 de la mañana, (por supuesto que era una invención, solo para molestar), llegue yo y le dije: “mi cadete sus pastillas “después que lo desperté me dijo no sé cuántas maldiciones, “que pastillas ni que pastillas” y me prometió el infierno. Yo creo que luego se le olvido porque ya no lo volví a ver. De hecho no tenían que recordarnos el infierno porque vivíamos inmersos en él, así que nos acostumbramos. El cuerpo humano es maravilloso, se puede adaptar a todo, calor, frio, humedad, hambre, cansancio, la mente por consiguiente lo sigue, es decir, en la EMA el cuerpo tiene que hacer lo que el cerebro le ordena, al menos al principio, pero como en una carrera de maratón, la mente y el cuerpo están a todo lo que dan, después de cierta distancia que los corredores la llaman “la pared”, el cuerpo empieza a flaquear, entonces la mente toma el mando y le ordena seguir, pero llega el momento que las piernas ya no responden y entran en conflicto, a continuación viene el colapso. En la EMA a los alumnos de primer año más vale que no les pase eso, la mente predomina créanmelo, y seguimos y seguimos literalmente arrastrando al cuerpo. Al final, la fuerza de voluntad de cada cadete predomina y es el motor más potente del cual se pueda echar mano y continuamos hasta el fin del curso Preparatorio. Llega un momento que al finalizar todos nos vemos las caras incrédulos de que hayamos podido llegar tan lejos, pero así es y orgullosos arribamos a lo que en la EMA llamamos el “día del potro” que es cuando oficialmente somos liberados del yugo de nuestros avanzados. Ese día los de primer año pueden hacer a su antojo lo que quieran con sus avanzados, claro, con ciertos límites, es decir sin llegar a exagerar físicamente, aunque, ellos lo hayan hecho con nosotros, pero “fue por nuestro bien”…y sobrevivimos. Las famosas y extra-oficiales “novatadas” de las que todos hemos oído hablar, no son otra cosa que las acciones o medidas que toman los antiguos para enseñar a los de nuevo ingreso a comportarse correctamente dentro de una institución militar, a veces pueden parecer exageradas y aun temerarias, pero créanme que son necesarias y si yo las sobreviví, cualquiera puede hacerlo. Además, ningún cadete se debe sobrepasar so pena de ser corrido del plantel si es sorprendido. Así las cosas al finalizar el año e irnos de vacaciones a mí me pareció que me quitaban como 20 toneladas de peso encima. El momento más difícil de mi primer año creo yo que fue cuando regresaba de las primeras vacaciones de diciembre, esa decisión de regresar a la vida miserable de un “pelón” habiendo disfrutado la calidez del hogar en navidad sí que me costó trabajo, estuve a punto de regresarme y me baje del autobús en San Luis Rio Colorado, Sonora un pasajero anónimo al verme en aquel trance tan difícil me trato de convencer de que siguiera y con sus buenos oficios poco a poco se fueron suavizando mis penas y hete ahí que regrese a mi asiento y continúe mi viaje hacia Guadalajara.

“El gran objeto del estudio es formarse un espíritu adaptable a todas las contingencias” (Reynolds).

Bien dicen que todo lo que vale la pena cuesta un gran esfuerzo. Después de haber pasado tantos sufrimientos nos dimos cuenta que todo valió la pena porque delante de nosotros, al terminar nuestro primer año nos esperaba la realización de un sueño. El sueño de volar.

Gracias. Desde la ciudad de Los Saraperos. Hasta el mes próximo.

Con el orgullo de ser piloto aviador retirado de la FUERZA AÉREA MEXICANA


Capitán Piloto Aviador, Enrique A. Guerrero Osuna





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