Las operaciones aéreas son un tema que debe tratarse con toda
disciplina, el lograr mantener un orden en el concierto de despegues,
aterrizajes y circulación de cualquier tipo de aeronave es una cuestión que
requiere la mayor de las atenciones, máxime si de operaciones militares se
trata, en estas últimas se deben observar mayores medidas de seguridad para
evitar cualquier tipo de percance.
Sin embargo es la aviación militar, en cualquier país, la que sufre el mayor número de percances, la naturaleza de sus operaciones conlleva un mayor riesgo y en muchas ocasiones confluyen en un espacio muy reducido distintos tipos de aeronaves, cada una de ellas con una misión distinta; a continuación presento una anécdota que desafortunadamente cobro la vida de un piloto de nuestra Fuerza Aérea Mexicana, que sin embargo también sirvió para poner a prueba el temple y el excelso entrenamiento de la tripulación de una de las aeronaves involucradas en este percance.
Sin embargo es la aviación militar, en cualquier país, la que sufre el mayor número de percances, la naturaleza de sus operaciones conlleva un mayor riesgo y en muchas ocasiones confluyen en un espacio muy reducido distintos tipos de aeronaves, cada una de ellas con una misión distinta; a continuación presento una anécdota que desafortunadamente cobro la vida de un piloto de nuestra Fuerza Aérea Mexicana, que sin embargo también sirvió para poner a prueba el temple y el excelso entrenamiento de la tripulación de una de las aeronaves involucradas en este percance.
Corría el año de 1966, el 16 de agosto parecía un día normal; dentro de
las instalaciones del 9º. Grupo Aéreo de Transportes Medianos se aprestaba un
avión C-47 para un rutinario vuelo que tenía como objetivo el lanzamiento de
paracaidistas sobre la Base Aérea de Santa Lucía, la misión había sido
encomendada al Capitán 1º. Piloto Aviador José Antonio Rojas Mendoza, al final
del día este vuelo se convirtió en una verdadera hazaña, donde el Honor, el Valor
y la Lealtad, quedaron de manifiesto.
Con aproximadamente 30 hombres completamente equipados con su equipo de
salto a bordo, el C-47 se posiciono en cabecera de pista, previamente la
tripulación había verificado el estado del tiempo y los planes de vuelo, tras
una breve espera recibió la autorización para el despegue y de allí dirigirse
al área designada para el salto de los paracaidistas. Es norma inquebrantable
que durante el tiempo que duren las operaciones de salto en paracaídas los
demás vuelos deben suspender sus operaciones y los que se encuentren en el aire
deben mantenerse los más alejado posible del área de salto, esto para no poner
en riesgo este tipo de maniobras.
Sin embargo sin previo aviso un North American T-28 “Trojan” se hizo al
aire pilotado por el Teniente Piloto Aviador Alfredo Quimbar Domínguez, el y su
copiloto despegaron dirigiéndose hacia la zona de transito asignada al C-47, no
se sabe con certeza pero pudo ser un error en la planeación del programa de
vuelos establecido.
En desconocimiento total de que en esa zona se encontraba un C-47 en
misión de paracaidismo, el Teniente Quimbar tomaba altura velozmente,
acercándose peligrosamente al área de lanzamiento, concentrado tal vez en sus
instrumentos y en el patrón de vuelo asignado para si.
En tanto dentro del la cabina del “Dakota” el Capitán Rojas accionaba la
luz ámbar que indica a los paracaidistas tomar posición de píe sobre el
corredor del fuselaje y asegurar el arnés del paracaídas al cable que lo
acciona, momentos antes de arribar a la zona de salto.
Instantes después de haber invadido el espacio aéreo del C-47, muy
probablemente el Teniente Quimbar quizá logro ver de frente a al enorme C-47,
pero ya era demasiado tarde para corregir el rumbo, en un intento desesperado
por evadir al transporte de paracaidistas el Teniente Quimbar dio un viraje
intempestivo, seguramente como un acto reflejo, probablemente esto evitó que el
T-28 se impactara directamente contra el fuselaje del C-47, no obstante sí
alcanzo al ala derecha del avión, esto provoco un enorme estremecimiento a
bordo y la perdida de control del mismo.
Es muy probable que el Teniente Quimbar quedase inconsciente debido al
impacto, en ese momento el “Trojan” ya sin control por parte del piloto entro
en una barrena de la cual ya no saldría, los tripulantes del C-47 pudieron
observar como el T-28 se impactaba con el terreno terminando instantáneamente
con la vida de sus ocupantes.
La fuerza del impacto fue de tal grado que provocó que el C-47 se
cimbrara frenéticamente, los paracaidistas que para ese momento se encontraban
de pie aprestándose a saltar fueron lanzados violentamente hacia el interior
del fuselaje, el avión quedó totalmente dañado en sus superficies de control
del ala derecha haciendo casi imposible el poder controlarlo, eso provocó que
se perdiera altura rápidamente aumentando el peligro de entrar en barrena.
El desconcierto abordo fue total, entre los gritos de pánico de los
paracaidistas y la desesperación de los demás miembros de la tripulación, el
Capitán Rojas realizó grandes intentos para controlar la aeronave, conservando
la calma en todo momento consiguió nivelar el avión de tal forma que ya no
siguiera perdiendo altura ya que se acercaban peligrosamente al terreno.
Con gran pericia, el Capitán Rojas y los miembros de la tripulación
lograron controlar el vuelo, sin embargo el daño era tal que lo imperativo en
ese momento era soltar a los paracaidistas y así aligerar el pesado transporte,
desafortunadamente para cuando lograron controlar el aparato este se encontraba
sobre las vías del tren, posición sumamente riesgosa para realizar el salto de
los soldados. A pesar del riesgo que esto implicaba y llevando la aeronave
seriamente dañada el Capitán Rojas Mendoza decide no soltar a los paracaidistas
hasta encontrar un sitio seguro para el descenso de esos, lo cual implicaba
mantener la aeronave en un difícil vuelo nivelado por más tiempo.
Tras una breve búsqueda finalmente la luz verde ubicada en la compuerta
que da acceso a la cabina se encendió y los paracaidistas comenzaron, uno a uno
a abandonar el avión, cayendo en un lugar fuera del área de peligro.
Tras esta acción y en un brumoso día aún, el mal herido “Cecua” fue
enfilado de nuevo a la base de Santa Lucía, no sin una buena cantidad de
dificultades para lograrlo, dentro de la cabina los nerviosos miembros de la
tripulación respiraban con alivio mientras, tras haber aterrizado, rodaban por
la pista sin por fortuna más victimas que lamentar.
Desafortunadamente el teniente Alfredo Quimbar no sobrevivió al
percance, no obstante sus reflejos y pronta acción evitaron que el impacto
contra el C-47 fuera de consecuencias mayores, evitando el desplome de ambas
aeronaves.
El gran desempeño del Capitán José Rojas Mendoza a los mandos del C-47,
aquel fatídico 16 de agosto evito la perdida de muchas vidas, no solo por la
pericia que demostró al controlar un avión severamente dañado en sus
superficies de control, sino también por la valiente decisión de asegurar que
todos los paracaidistas pudieran descender en un lugar seguro.
Los hechos suscitados ese día de agosto de 1966 le confirieron al
Capitán Rojas Mendoza, por decreto presidencial, el ascenso inmediato al grado
de Mayor, recibiendo además una condecoración de manos del entonces presidente
de México, Lic. Gustavo Díaz Ordaz, por considerarse su acción un acto heroico
en base a los artículos 25 y 28 de la ley de ascensos y recompensas del
ejército y fuerza aérea mexicanos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario