El lunes 3 de julio de 1939,
el teniente piloto aviador Aristeo Camacho, oficial encuadrado en el primer
Regimiento Aéreo, tenía la comisión de volar, cubriendo el servicio
metereólogico de su corporación.
Le había sido asignada la
máquina Douglas número 23, equipada con motor Hornet de 520 Hp.
El avión había sido
inspeccionado con toda minuciosidad por los mecánicos, quienes habían reportado
“Listo para todo servicio”
El teniente Camacho, a su
vez repitió la inspección mostrándose satisfecho de ella; abordó pues la
máquina, hizo funcionar a todo régimen el motor, y luego, verificado una última
revisión en su cabina, dio la señal de partida, aceleró y se marchó.
El tiempo era magnifico,
nublados aislados y muy altos, dejaban al sol bañar el campo alegremente. No
había la menor agitación en la atmósfera. El ambiente era tibio y la transparencia
máxima. No existía presagio alguno que hiciera pensar en el menor contratiempo.
El Douglas número 23 se
elevó; al final del campo hizo un viraje volando normalmente. Los mecánicos,
que no lo habían perdido de vista, tranquilizados por el perfecto despegue y
por el rápido ascenso, tornaron a regresar a sus labores.
Un avión más que partía a su
destino, sin novedad…
Quienes persistieron a
seguir su vuelo, le vieron alejarse, elevándose rumbo al este.
En el campo se desarrollaba
el movimiento cotidiano. Los aviones de los regimientos salían y llegaban
continuamente. Los pilotos de ambas corporaciones efectuaban las prácticas del día.
El sargento Menchaca, sobre
el que pesaba la responsabilidad del tránsito en el aeródromo, en lo alto de la
torrecilla de señales, movía las banderas rojo y ajedrez, autorizando las
salidas y aterrizajes con su peculiar destreza.
Menchaca tiene en sus manos
la vida del personal volante de los dos regimientos; no hay máquina de quien
sea su tripulante, que pueda lanzarse al espacio o tomar tierra, si él no lo
permite. Él sabe lo que hace. En ocasiones se ven aparatos en picado hacia el
campo, que vuelven acelerar el motor y continúan su vuelo, porque Menchaca
agitó su bandera roja. Igualmente escuadrillas enteras con sus motores a medio
acelerador, esperan para arrancar, a que Menchaca baje su bandera ajedrez.
Ese día Menchaca con el don
periscópico que tiene de ver para todos lados, puesto que está al tanto de todo
lo que sucede en su derredor, atento a los aviones por salir y percibiendo a
los que llegan, sea el rumbo que traigan, y esto, a distancia propia para que
las señales sean oportunas, presidía y ordenaba todo movimiento sucediéndose las
cosas con la regularidad acostumbrada.
Bajó su bandera ajedrez y
una máquina se fue, otra máquina le pidió desde la línea de salida, pero en el
momento en que levantó la bandera roja en señal de precaución para ambas
máquinas… la que llegaba no obstante, hizo señales pidiendo campo y Menchaca
invirtió las banderas, presentando la bandera roja al avión que estaba en línea
y la ajedrez al que llegaba… algo sucedía… el piloto que aterrizó dio muestras
de urgencia; apenas tocó tierra, se advirtió que frenaba y con la velocidad
mayor que la común, dio vuelta en redondo y se dirigió a los hangares…
Efectivamente, el caso era
grave.
Una máquina se quemaba en un
terreno cercano situado al este del aeródromo…
Nada se veía desde el campo,
porque la cortina de árboles que lo rodean, ocultan el horizonte.
Hubo agitación hacia el lado
de la comandancia, partiendo varios coches precipitadamente; uno de ellos
llevaba al personal necesario para los servicios de emergencia…
Entretanto, desde lo alto de
la pequeña torrecilla de señales, el sargento Menchaca continuaba dirigiendo el
movimiento de las máquinas.
Sin embargo, se diría, que
sobre el vasto aeródromo se hubiera tendido, no se supiera que silencio, quien
sabe de inquietud…
Cuando regresaron los
coches, de uno de ellos, de entre los pilotos que lo ocupaban, descendió
todavía con sus arreos de vuelo el teniente piloto aviador, Aristeo Camacho,
quien había partido poco antes en el Douglas número 23.
Si bien, el teniente Camacho
había logrado salvarse, su máquina quedaba consumada con el fuego.
El piloto Camacho me refirió
lo siguiente:
Sabiendo que la comisión de
su servicio le obligaba a elevarse a gran altura, redobló su escrupulosidad al
examinar su máquina, ratificando su buen estado, que señalaran los mecánicos
que la revisaron con anticipación.
Se elevó, yendo satisfecho
del funcionamiento del motor. Ascendía; el Douglas sube bien… pero cuando
apenas hubo quedado el campo a sus espaldas, sintió el avión pesado. Consultó
sus instrumentos y vio que el tacómetro bajaba y perdía revoluciones. El motor
perdía fuerza; no alcanzaba el régimen de las revoluciones.
Su altímetro marcaba mil
metros sobre el valle.
Movió las palancas de
combustible y de aire, tratando de regular el trabajo del motor, sin
conseguirlo. El corrector de mezcla tampoco tuvo influencia sobre la marcha del
motor, que se tornaba lenta.
Inició un viraje amplio, se
encontraba 10 kilómetros más allá del aeródromo.
Convencido de que no podía
normalizarse el funcionamiento de la máquina, pensó en el regreso. Acentuó su
viraje. Comprendió que tendría que maniobrar con exactitud para alcanzar el
campo, por la altura que había perdido. Desaceleró y planeó; planeo lo más
largo que pudo; la máquina flotaba. La distancia se acortaba y queriendo
sostenerse mejor aun, dio un acelerón.
Al hacerlo percibió una
explosión extraña y desaceleró de prisa. Se sintió extrañado, penetraba humo en
la cabina, cerca de los pedales de dirección, frente a él, si, era humo, algo
se quemaba… comprendió… la explosión sorda que escuchara, fue la gasolina que
detonó al incendiarse… entonces había una fuga… por eso el motor mal
alimentado, trabajaba defectuoso.
Una fuga… seguramente se
había desconectado algún tubo de alimentación… y el humo, más denso entró en la
cabina cerca de los pedales de dirección… pero ¿Qué ardía?... ¿Porqué no se
veían las flamas? Se desató el cinturón de seguridad y se levantó buscando afuera
al frente, a los lados.
Rápidamente se sentó… había
visto que la tela verde obscura del, plano inferior izquierdo, una línea que
abarcaba, un polvo de cenizas blanquecino… ¡Se quemaba el avión!
Cortó la gasolina, estaba
agitado… miró a los lados, hacia abajo, iba a saltar en paracaídas… pero se
volvió a sentar.
En esos momentos el avión
pasaba sobre el caserío de Agua Caliente, imposible entonces abandonar el
avión, que sin mando, podía caer sobre el poblado.
Vio su altímetro, marcaba
400 metros… por lo menos saldría del sitio habitado.
Le quitó a la máquina más
velocidad, llegando a un imprudente límite de flotar, balanceándose sobre las
alas.
Con todo el plano ardía de
prisa, la tela parecía volatilizarse, llegó a menos de 300 metros de altura; el
campo estaba lejos aun… trataba de llegar… sólo que hubo un momento que le
resultó imposible sostenerse más; el humo le hostigaba… ¿Qué hacer? Saltar, ¡Claro!
Pero ya no le quedaba espacio; queriendo ganar el campo, perdió altura… y
también la oportunidad del salto… el paracaídas no alcanzaría a abrirse.
Miró abajo con ansiedad. Vio
varias parcelas que le permitirían tomar tierra, quizás sin romper la máquina.
Planear más era violentar el
fuego, a su derecha advirtió, no un campo, sino una faja de terreno, que iba a
lo largo de una zanja.
Allí era, no había tiempo
que perder, apenas podía llegar, resbaló el ala, caía de lado sobre la punta
del lado derecho, vio la línea negra y sinuosa avanzar por el bordo hacia el
extremo del ala, pensaba muchas cosas atropelladamente, pero más que todo
miraba arriba, abajo, al plano que se quemaba. ¡Cuestión de tiempo! ¿Qué
ganaría? La línea negra y sinuosa alcanzando el extremo del ala, o el avión la
tierra… ¿Quién pudiera saberlo? Pero él, precipitada y nerviosamente, luchaba,
desatando con una mano los ganchos del paracaídas.
La tierra, un golpe de pedal
y un tirón de bastón nivelaron la máquina, la faja vista desde arriba era
angosta, con una zanja a la izquierda y una grieta a la derecha, ni remedio.
Frenó coleando.
Las ruedas después de tocar
el suelo, dieron un pequeño salto luego rodó a lo largo.
Cuándo con angustia piso los
frenos, de la línea negra y sinuosa que llegaba ya al límite del plano,
brotaban flamas, el humo se hizo acre, del otro lado del motor, brotaron también
flamas, apretó los dientes convulsivamente para que la tos lo dejara coger el
extinguidor, no pudo, una llamarada irrumpió en la cabina, al frente.
Antes de que la máquina se
detuviera por completo, saltó a tierra desde arriba, por salvarse del estabilizador,
cayó, se levantó, corrió.
El piloto aviador, teniente
Aristeo Camacho, se sentó en el suelo, anhelaba, se quitó los anteojos, por su
cara corría el sudor, abundante, fluido pero frío.
Durante algún tiempo permaneció
inmóvil, mirando arder su máquina a 30 metros de él, después se levantó
lentamente y se dirigió a su campo.
Del Douglas 23, sólo quedaba
la estructura, metálica, ennegrecida y deformada por el fuego, en medio del
campo.
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