Todavía no atino a descifrar, a
definir el espasmo que sufrí al mirar y sentir como una máquina con infinito
tonelaje y velocidad, se enfrentó a lo inafrontable; a una poderosa masa
eólica, a veces calmada, a veces furiosa. La aeronave que protagonizó este
hecho, la 757 con cupo lleno, fue guiada por la prestancia, la práctica y un
desempeño al trabajo amoroso de un comandante, que durante sus servicios porta
un impecable uniforme, lustrosos zapatos y brillantes alas de aviador.
Sus manos y sus ojos fueron
inamovibles, una mente pronta, inequívoca para ejercer y enfrentar lo invisible
a la mirada mundana, radares que indicaban alerta a una variabilidad ambiental
y que un desvío giraría la suerte del vuelo, esquivando turbulencias necias de
fuertes y densas nubes que protegen témpanos glaciares en su interior y que son
acomodadas y arrastradas por poderosos vientos bajo el infinito manto celeste.
Decisión, coraje, temple fue lo
utilizado para enfrentar a la noble pero indomable naturaleza, y fueron, los
factores de protección, que además de capacidad, habilidad e inteligencia se
conjugaron en el responsable trabajo que dio estabilidad a la aeronave, a sus
pasajeros y solo él podía mostrar la eficiencia porque va al frente, porque va
al mando… de la vida misma.
¿Pero quien puede contestarse, a
que se enfrenta un aviador? Si su tarea se vislumbra tan sencilla, tan cercana,
con las nulas complicaciones por contar con el apoyo de sus auxiliares, los
pilotos automáticos, que facilitan la labor y que pueden corregir trazos de
vuelo o proponer alternativas para mejores rutas del trayecto.
Aplomar el contacto de la aeronave
con el piso, es decisión del cálculo humano, esto es el aterrizaje, momento más
emocionante para quien lo mira desde lejos, desde el ventanal del restaurante o
mirador del aeropuerto; el despegue, segundo momento más intenso de la jornada
de vuelo, solo posible por un sistema nervioso de infranqueable acero de quien
enfrenta la serena furia del viento.
Un aviador militar con rango de
comandante, es quien nos deja apreciar la grandeza de su poderosa relación que tiene
con la naturaleza, y ahí se nota el porqué siempre se siente enamorado por lo
esquivo e impredecible de su comportamiento, esta relación ha hecho de él, un
hombre sin temor a los indecibles retos que le da la vida.
Pero creo, que volar un avión, contemplar
el atardecer desde la cabina, saborear una fresca bebida, disfrutar la
fragancia de una flor y tener al lado una seductora mujer, es lo que él,
agradece a la existencia.
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