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miércoles, 4 de junio de 2014

EJEMPLO DE LEALTAD



Se desarrollaban las postreras etapas de la revolución de 1923. Corría el mes de febrero. Aún operaban las fuerzas gobiernistas en contra de elementos sin unificación que persistían, no ya en mantener la bandera de la rebelión, sino de sustraerse a las consecuencias de la derrota. De las fuerzas que habían permanecido leales, las que combatían en el estado de Puebla, tenían a disposición un avión para el servicio de campaña. La tripulación de esa máquina fueron los entonces: Mayor Samuel C. Rojas y el teniente Rafael Albarrán, pilotos aviadores y dando el servicio de mantenimiento: el sargento primero Ricardo González y el soldado Federico Velasco. La máquina, un avión marca Junkers con motor de doble encendido, una potencia de 180 caballos de fuerza y era una de las últimas novedades que les había llegado de Europa. Monoplano, de ala baja tipo cantiléver, de completa construcción de duraluminio, desarrollaba una gran velocidad para la época y poseía un poder de levantamiento notable. Su radio de acción le permitía al mayor Rojas efectuar largos recorridos por el estado, hostilizando de continuo a los rebeldes que lo merodeaban.

El día seis de febrero, cumpliendo órdenes superiores, se hizo al aire llevando al teniente Albarrán. Se elevaron a las seis de la mañana, para proporcionar al general Serrano determinadas noticias urgentes a sus planes de campaña. Habían volado dos horas y media cuando llevando los controles el teniente Albarrán, sobrevino la ruptura de uno de los magnetos, precisamente cuando sobrevolaban la ciudad de Jalapa Veracruz, con el motor dañado en esta forma, era imposible mantenerse en el aire. El mayor Rojas deseaba llegar a Esperanza y el teniente Albarrán propuso llegar a San Marcos. Lo segundo podría ser más factible, debido a las distancias. Tuvieron no obstante que descender en Estación Dolores. El aterrizaje forzado fue sin consecuencias, en un terreno cercano a la estación.

Al tomar tierra y antes de que hubieran descendido de la máquina, se vieron rodeados por gente armada que los hizo prisioneros y los condujo a la presencia de su jefe. Era el general Antonio García, perteneciente a la división comandada por el general Maycotte, que operaba por su cuenta después de la derrota de Guadalupe Sánchez, en Esperanza.

Dicho general los recibió con demasiada hostilidad, demostrando su irritación a la sola vista de los uniformes de los prisioneros. Habló de sus deseos de pasarlos por las armas inmediatamente y para el efecto, él en persona los condujo cerca de la máquina.

Alguien, sin embargo, había dado la noticia a Maycotte de su captura, quien reclamó a los prisioneros por medio de un mensaje urgente que fue entregado a García cuando llegaban al lado del Junkers. Los prisioneros escucharon lo que hablaba García con los oficiales de su estado mayor, quienes decía de enviar a algún piloto para que se hiciera cargo del avión para enviarlo contra el gobierno. Un poco apartados, convinieron entre sí destruir la máquina si se presentaba oportunidad para ello. García dio órdenes a su gente y se marchó. Los prisioneros deberían dirigir la conducción del aparato hasta el lugar apropiado. El mayor Rojas declaró que era peligroso tocar la máquina en el estado en que se encontraba, porque el encendido defectuoso podía provocar un incendio. El oficial que había quedado al mando, le contestó, que él ignoraba esas cosas y que por lo tanto cumpliría con las órdenes recibidas, pasara lo que pasara.

Aprovecharon la oportunidad. El motor no podía arrancar y las explosiones falsas arrojaban por el escape densas columnas de humo entre las llamaradas. Un cerillo lo hizo, abierta la llave de los tanques, el benzol inundó el piso de la cabina. El mayor Rojas, bajó, dijo que iba a dirigir la inspección del motor, y en un momento de distracción de sus guardianes arrojo el cerillo encendido, el combustible fue incendiado. En poco tiempo todo quedó concluido. El motor se fundió, doblándose primero el tren de aterrizaje. Quedó solo un montón de fierros sin forma.
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Los rebeldes iracundos y amenazadores, les condujeron al sitio donde la tropa se preparaba para marchar. García se había adelantado a San Andrés Chalchicomula.

San Andrés Chalchicomula dista cerca de doce kilómetros de la Estación Dolores. Marchó la tropa llevando a los prisioneros a pie. La caminata fue dura; de propósito fueron colocados entre las filas y el polvo que levantaban los caballos en su marcha les asfixiaba. En Chalchicomula fueron llevados al hotel en que se encontraba alojado el general Reyes. Al verlos llegar cubiertos de plovo y fatigados, este general los invitó primero a desayunar. Los presos no se hicieron repetir la invitación. Las diferentes sensaciones experimentadas, les habían abierto el apetito e hicieron honores al almuerzo y jamás supieron quien lo pagó.

García, que también había estado sentado en la mesa, le dijo que verdaderamente no los había fusilado por que no le había dado la gana, pero que esperaba hacerlo lo más pronto posible.

Había comprendido seguramente que el incendio de la máquina fue intencional y no tenía deseos de pasar por alto tal hecho, como se verá.

Reyes tenía prisa por reunirse con Maycotte; marcharon de Chalchicomula a bordo de un trenecito de mulas. Iban con dirección a la hacienda de La Capilla. En el trayecto alcanzaron la escolta y al poco andar a Maycotte.

Este último, conocido del mayor Rojas, recibió a los prisioneros hasta cierto punto con afabilidad.

Llegados a la hacienda, conversaron durante la tarde Maycotte y los prisioneros, estando presente entre otras personas de su estado mayor, Reyes y García. Maycotte sin rodeos les propuso incorporarlos a sus fuerzas.

En esos momentos se presentó el general Higinio Aguilar.

Maycotte hablaba presentando a los prisioneros las ventajas que podrían obtener a su lado. Al triunfo de la causa, les decía, serían ellos los fundadores de una nueva aviación; una aviación verdadera, para la cual serían comisionados a Inglaterra a fin de adquirir material y hacer estudios extensos.

El mayor Rojas consultó con el teniente Albarrán y la respuesta fue la siguiente:

-Mi general; no podemos aceptar sus proposiciones; usted mismo no nos podría tener confianza si abandonamos a nuestro gobierno al pasarnos con usted-

Intervino en la conversación el general Higinio Aguilar, haciendo ver a Maycotte que no era prudente aceptar en sus filas “Gente del enemigo” que acababa de dar muestras de hostilidad al quemar el avión; que a tales individuos se les debía de fusilar de inmediato.

El ambiente se hacía favorable a los prisioneros, con tantas opiniones en contr5a, cuando se presentó un correo que daba señales de fatiga. Traía la noticia de que las avanzadas del General Almazán se encontraban a poca distancia.

Con la agitación consiguiente, salió Maycotte a dar las órdenes del caso, sin cuidarse de los prisioneros.

Aguilar y García hablaron apartados algunos instantes y salieron. Momentos después un oficial se presentó a los pilotos dándoles orden de que lo siguieran. Al salir los esperaba una escolta, entre cuyas filas fueron colocados. Se dirigieron a los corrales de la hacienda, donde encontraron a García, quien les repitió el ofrecimiento de pasarse a su bando.

-Hemos dicho ya, que nos es imposible-

-Entonces serán pasados por las armas-

-Estamos a sus órdenes-

El propio Maycotte se presentó en esta ocasión. Recogió a los prisioneros, quienes habían pasado tan difíciles trances y todos a caballo partieron de la hacienda precipitadamente.

Se internaron en la serranía con rumbo al sur. La columna de Maycotte marchó durante catorce días, en su huida por las montañas, eludiendo siempre encontrarse con el enemigo. Fue una vida a salto de mata. Caminar por veredas y noches sin encender lumbre; sobresaltos continuos y carreras fatigantes o esperas monótonas.

Llegaron por fin a la ciudad de Oaxaca. García, Reyes y Aguilar habían quedados en diferentes puntos del camino, siendo hechos prisioneros por las tropas de Almazán.
Cuando llegaron a Oaxaca con Maycotte, se alojaron en un hotel junto con él.

Cuando Maycotte salió de la ciudad, fueron conducidos a la cárcel de la población. El gobernador García Vigil, por gestiones de la cámara de comercio de la localidad les dio por prisión el palacio de gobierno. Más adelante gracias a la influencia del comercio, permanecieron en la casa del señor Del Pozo.

Un mes después de su llegada a Oaxaca, el general Almazán tomaba la plaza. Los pilotos se le presentaron, poniendo en su conocimiento, lo sucedido.

Finalmente, el ocho de abril tomaban pasaje en el ferrocarril con rumbo a la capital.


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