Se desarrollaban las
postreras etapas de la revolución de 1923. Corría el mes de febrero. Aún
operaban las fuerzas gobiernistas en contra de elementos sin unificación que
persistían, no ya en mantener la bandera de la rebelión, sino de sustraerse a
las consecuencias de la derrota. De las fuerzas que habían permanecido leales,
las que combatían en el estado de Puebla, tenían a disposición un avión para el
servicio de campaña. La tripulación de esa máquina fueron los entonces: Mayor
Samuel C. Rojas y el teniente Rafael Albarrán, pilotos aviadores y dando el
servicio de mantenimiento: el sargento primero Ricardo González y el soldado Federico
Velasco. La máquina, un avión marca Junkers con motor de doble encendido, una
potencia de 180 caballos de fuerza y era una de las últimas novedades que les
había llegado de Europa. Monoplano, de ala baja tipo cantiléver, de completa construcción
de duraluminio, desarrollaba una gran velocidad para la época y poseía un poder
de levantamiento notable. Su radio de acción le permitía al mayor Rojas
efectuar largos recorridos por el estado, hostilizando de continuo a los
rebeldes que lo merodeaban.
El día seis de febrero,
cumpliendo órdenes superiores, se hizo al aire llevando al teniente Albarrán.
Se elevaron a las seis de la mañana, para proporcionar al general Serrano
determinadas noticias urgentes a sus planes de campaña. Habían volado dos horas
y media cuando llevando los controles el teniente Albarrán, sobrevino la
ruptura de uno de los magnetos, precisamente cuando sobrevolaban la ciudad de
Jalapa Veracruz, con el motor dañado en esta forma, era imposible mantenerse en
el aire. El mayor Rojas deseaba llegar a Esperanza y el teniente Albarrán
propuso llegar a San Marcos. Lo segundo podría ser más factible, debido a las
distancias. Tuvieron no obstante que descender en Estación Dolores. El
aterrizaje forzado fue sin consecuencias, en un terreno cercano a la estación.
Al tomar tierra y antes de
que hubieran descendido de la máquina, se vieron rodeados por gente armada que
los hizo prisioneros y los condujo a la presencia de su jefe. Era el general
Antonio García, perteneciente a la división comandada por el general Maycotte,
que operaba por su cuenta después de la derrota de Guadalupe Sánchez, en
Esperanza.
Dicho general los recibió
con demasiada hostilidad, demostrando su irritación a la sola vista de los
uniformes de los prisioneros. Habló de sus deseos de pasarlos por las armas
inmediatamente y para el efecto, él en persona los condujo cerca de la máquina.
Alguien, sin embargo, había
dado la noticia a Maycotte de su captura, quien reclamó a los prisioneros por
medio de un mensaje urgente que fue entregado a García cuando llegaban al lado
del Junkers. Los prisioneros escucharon lo que hablaba García con los oficiales
de su estado mayor, quienes decía de enviar a algún piloto para que se hiciera
cargo del avión para enviarlo contra el gobierno. Un poco apartados,
convinieron entre sí destruir la máquina si se presentaba oportunidad para
ello. García dio órdenes a su gente y se marchó. Los prisioneros deberían
dirigir la conducción del aparato hasta el lugar apropiado. El mayor Rojas
declaró que era peligroso tocar la máquina en el estado en que se encontraba,
porque el encendido defectuoso podía provocar un incendio. El oficial que había
quedado al mando, le contestó, que él ignoraba esas cosas y que por lo tanto
cumpliría con las órdenes recibidas, pasara lo que pasara.
Aprovecharon la oportunidad.
El motor no podía arrancar y las explosiones falsas arrojaban por el escape
densas columnas de humo entre las llamaradas. Un cerillo lo hizo, abierta la
llave de los tanques, el benzol inundó el piso de la cabina. El mayor Rojas,
bajó, dijo que iba a dirigir la inspección del motor, y en un momento de
distracción de sus guardianes arrojo el cerillo encendido, el combustible fue
incendiado. En poco tiempo todo quedó concluido. El motor se fundió, doblándose
primero el tren de aterrizaje. Quedó solo un montón de fierros sin forma.
* * *
Los rebeldes iracundos y
amenazadores, les condujeron al sitio donde la tropa se preparaba para marchar.
García se había adelantado a San Andrés Chalchicomula.
San Andrés Chalchicomula
dista cerca de doce kilómetros de la Estación Dolores. Marchó la tropa llevando
a los prisioneros a pie. La caminata fue dura; de propósito fueron colocados
entre las filas y el polvo que levantaban los caballos en su marcha les
asfixiaba. En Chalchicomula fueron llevados al hotel en que se encontraba
alojado el general Reyes. Al verlos llegar cubiertos de plovo y fatigados, este
general los invitó primero a desayunar. Los presos no se hicieron repetir la
invitación. Las diferentes sensaciones experimentadas, les habían abierto el
apetito e hicieron honores al almuerzo y jamás supieron quien lo pagó.
García, que también había
estado sentado en la mesa, le dijo que verdaderamente no los había fusilado por
que no le había dado la gana, pero que esperaba hacerlo lo más pronto posible.
Había comprendido
seguramente que el incendio de la máquina fue intencional y no tenía deseos de
pasar por alto tal hecho, como se verá.
Reyes tenía prisa por
reunirse con Maycotte; marcharon de Chalchicomula a bordo de un trenecito de
mulas. Iban con dirección a la hacienda de La Capilla. En el trayecto alcanzaron
la escolta y al poco andar a Maycotte.
Este último, conocido del
mayor Rojas, recibió a los prisioneros hasta cierto punto con afabilidad.
Llegados a la hacienda,
conversaron durante la tarde Maycotte y los prisioneros, estando presente entre
otras personas de su estado mayor, Reyes y García. Maycotte sin rodeos les
propuso incorporarlos a sus fuerzas.
En esos momentos se presentó
el general Higinio Aguilar.
Maycotte hablaba presentando
a los prisioneros las ventajas que podrían obtener a su lado. Al triunfo de la
causa, les decía, serían ellos los fundadores de una nueva aviación; una
aviación verdadera, para la cual serían comisionados a Inglaterra a fin de
adquirir material y hacer estudios extensos.
El mayor Rojas consultó con
el teniente Albarrán y la respuesta fue la siguiente:
-Mi general; no podemos
aceptar sus proposiciones; usted mismo no nos podría tener confianza si
abandonamos a nuestro gobierno al pasarnos con usted-
Intervino en la conversación
el general Higinio Aguilar, haciendo ver a Maycotte que no era prudente aceptar
en sus filas “Gente del enemigo” que acababa de dar muestras de hostilidad al
quemar el avión; que a tales individuos se les debía de fusilar de inmediato.
El ambiente se hacía
favorable a los prisioneros, con tantas opiniones en contr5a, cuando se presentó
un correo que daba señales de fatiga. Traía la noticia de que las avanzadas del
General Almazán se encontraban a poca distancia.
Con la agitación
consiguiente, salió Maycotte a dar las órdenes del caso, sin cuidarse de los
prisioneros.
Aguilar y García hablaron
apartados algunos instantes y salieron. Momentos después un oficial se presentó
a los pilotos dándoles orden de que lo siguieran. Al salir los esperaba una
escolta, entre cuyas filas fueron colocados. Se dirigieron a los corrales de la
hacienda, donde encontraron a García, quien les repitió el ofrecimiento de
pasarse a su bando.
-Hemos dicho ya, que nos es
imposible-
-Entonces serán pasados por
las armas-
-Estamos a sus órdenes-
El propio Maycotte se
presentó en esta ocasión. Recogió a los prisioneros, quienes habían pasado tan
difíciles trances y todos a caballo partieron de la hacienda precipitadamente.
Se internaron en la serranía
con rumbo al sur. La columna de Maycotte marchó durante catorce días, en su
huida por las montañas, eludiendo siempre encontrarse con el enemigo. Fue una vida
a salto de mata. Caminar por veredas y noches sin encender lumbre; sobresaltos
continuos y carreras fatigantes o esperas monótonas.
Llegaron por fin a la ciudad
de Oaxaca. García, Reyes y Aguilar habían quedados en diferentes puntos del
camino, siendo hechos prisioneros por las tropas de Almazán.
Cuando llegaron a Oaxaca con
Maycotte, se alojaron en un hotel junto con él.
Cuando Maycotte salió de la
ciudad, fueron conducidos a la cárcel de la población. El gobernador García
Vigil, por gestiones de la cámara de comercio de la localidad les dio por
prisión el palacio de gobierno. Más adelante gracias a la influencia del
comercio, permanecieron en la casa del señor Del Pozo.
Un mes después de su llegada
a Oaxaca, el general Almazán tomaba la plaza. Los pilotos se le presentaron,
poniendo en su conocimiento, lo sucedido.
Finalmente, el ocho de abril
tomaban pasaje en el ferrocarril con rumbo a la capital.
No hay comentarios:
Publicar un comentario